miércoles, 16 de noviembre de 2011

El amor del Señor por sus hijos

Tan grande es su amor por los que le temen como lo es un padre con sus hijos.
Salmo 103:13.


Lectura diaria: Salmo 103:1-22. Versículo para destacar: Salmo 103:13.


ENSEÑANZA


Por regla general el amor de un padre o una madre por sus hijos es sublime en la tierra. Dice el Señor que si siendo malos les damos cosas buenas a los hijos, ¡cuánto más no lo hará Él! (Mt. 7:11). Su amor sobrepasa todo entendimiento, es inigualable y la mente humana no lo puede entender porque precisamente somos eso: humanos y nos queda difícil amar como nos ama Dios sin guardar rencor, y como no lo hacemos dudamos del amor incondicional de Dios. Pero Él es diferente, perdonó todos nuestros pecados de tal manera que los echó tan lejos como lo está el oriente del occidente (v. 12). El solo hecho de saber que somos perdonados y tenemos la entrada libre al cielo nos da tranquilidad, con eso nos bastaría. Sin embargo el Señor no se conforma con darnos únicamente la salvación, está tan pendiente de nosotros que está listo a proveernos sanidad: sana todas las dolencias (v. 3); “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores” (Is. 53:4). Nos cubre de su misericordia y colma de bienes, pero ahí no se queda su amor, aún va más allá y es algo que nos gusta a las mujeres: nos rejuvenece como a las águilas (v. 5), va renovando las fuerzas diariamente y restaurando lo dañado. El que teme al Señor es bondadoso, es alegre y esta actitud se refleja en el rostro (Pr. 15:13); nos caracteriza el gozo del Señor y se convierte en nuestra fortaleza aunque venga la adversidad. Nos hace justicia y defiende de los opresores (v. 6). Como Él mismo nos creó sabe que somos de barro y por lo tanto endebles; por consiguiente emana un amor sobrenatural que no le permite guardar rencor ni tratarnos según nuestros pecados, su amor es tan grande como lo alto es el cielo de la tierra (v. 11). Un amor así no se puede despreciar; al contrario, nos incita a alabarle y darle gracias todos los días y a cada instante con todo nuestro ser. Por eso “Alaba, alma mía al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios” (v. 2).


Dios tiene guardado este amor para ti. Dio a su único Hijo para que viniera en rescate tuyo y fue precisamente Jesucristo quien lo dio todo por amor. Si deseas tener una relación personal con Él, te invito a orar así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Hoy confieso con mi boca y creo en mi corazón que eres el Hijo de Dios muerto por mis pecados y resucitado para darme vida eterna. Te acepto en mi vida como mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias Señor por demostrarme ese amor tan grande y dar tu vida por mí. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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