jueves, 27 de octubre de 2011

No desmayar, no rendirse

Firme está, oh Dios, mi corazón; firme está mi corazón. Voy a cantarte salmos. ¡Despierta, alma mía! ¡Despierta, arpa y lira! ¡Haré despertar al nuevo día!
Salmo 57:7-8.


Lectura diaria: Salmo 57:7-11. Versículos para destacar: Salmo 57:7-8.


ENSEÑANZA


A alguien le escuché en una ocasión decir que “para estar de píe ante los hombres, primero hay que estar de rodillas ante Dios”. Creo que el rey David fue una de las personas que aprendió a llevar su vida primero al plano espiritual, para luego trasladarla al mundo terrenal. Ante cualquier circunstancia se postraba a los píes de Dios para dejar en sus manos el asunto; sabía perfectamente que Dios actuaría y lo sacaría avante. David había aprendido totalmente a depender de Dios. A través de todos sus salmos vemos que siempre se humilló, nunca hizo alarde de su posición como rey para dejar que su corazón se envalentonara. Era el rey pero entendía muy bien que por encima estaba el Rey de reyes; era el señor de Israel, mas sin embargo su prioridad era el Señor de señores.

Aprendamos a inclinarnos ante Dios con la convicción y la confianza de saber que estamos ante el Todopoderoso, el Creador del universo, el Dios eterno, el mejor abogado que tenemos, el dueño absoluto de la vida y además dueño de todo el oro y la plata del mundo. Cobijémonos en Él como David: para él era su roca, su más alto escondite, su baluarte, su torre fuerte, su peñasco de refugio, su defensor. La vida de David no fue fácil pero siempre su corazón estuvo volcado hacia su Dios. Lo buscó en las batallas que libró; lo buscó al enfrentar a Goliat; al verse perseguido por Saúl, al sufrir la pérdida de su amigo Jonatán. Ni siquiera cuando murió su hijo por el pecado cometido con Betsabé se apartó de Dios, al contrario arrepentido fue a sus píes a implorar su perdón y con firmeza siguió adelante.

David: un hombre conforme al corazón de Dios. Que nosotros también podamos decir ante cualquier adversidad lo mismo: ¡Despierta, alma mía! ¡Despierten, arpa y lira! ¡Haré despertar al nuevo día! Sí, sea cual sea la situación, estemos firmes y con corazón dispuesto a alabar a nuestro Dios; puesto los ojos en el autor y consumador de la fe: en Jesucristo nuestro Señor, sin desmayar ni rendirnos.


Si nunca antes has decidido aceptar a Jesús como Señor y Salvador personal, hoy te invito a que lo hagas con una corta oración como ésta:


Señor Jesucristo: yo te necesito. Te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme la persona que quieres que yo sea. Toma el control de mi vida y llévame por tu senda de acuerdo a tu santa voluntad. Gracias Señor por limpiarme y perdonarme; gracias porque sé que desde hoy en adelante podré refugiarme en tus brazos confiadamente. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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