domingo, 16 de octubre de 2011

Cambiando lo trágico en esperanza

¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!
Salmo 42:11.


Lectura del día: Salmo 42:1-11. Versículo para destacar: Salmo 42:11.


ENSEÑANZA


Cuando miramos retrospectivamente el tiempo, advertimos que muchas angustias por las que pasamos no eran en realidad tan graves como las veíamos en esos momentos. Cada día nos instruimos más; un nuevo amanecer, una nueva alternativa y el Señor siempre dispuesto a ayudarnos. Con el correr de los días es que vamos adquiriendo la sabiduría de Dios y tenemos las palabras adecuadas para responder a los que quizá nos juzgan o critican preguntándonos exactamente como lo dice el salmista: “¿Dónde está tu Dios?” (v. 3b). He aprendido en mi vida cristiana a gozarme como el apóstol Pablo cualquiera que sea la dificultad (Fil. 4:12), a Pablo no le importó sufrir encarcelamientos ni azotes porque de esto se cogió para predicar el evangelio aún con más vehemencia. De la circunstancia hacía una estrategia; no solamente para complacer a Dios sino para soportar el dolor. De igual manera, podemos voltear las aflicciones hacia nuestro lado, primero para dar buen testimonio como hijos de Dios y segundo para no cargar a los que nos rodean inquietándolos con nuestras congojas. Viene a mi memoria la película de Roberto Benigni La vida es bella, donde él hace del campo de concentración el mejor escenario para que su pequeño niño convierta lo deplorable en un divertido juego de escondites. Así es; debemos sacar el mejor partido de las vicisitudes cotidianas. Los sufrimientos nos conducen siempre hacia el mejor anhelo, el cual nunca nos defrauda porque Dios derrama su amor en nuestros corazones a través de su Santo Espíritu (Ro. 5:5), y con su poder lo trágico se convierte en sublime esperanza. “Esta es la oración al Dios de mi vida: que de día el Señor mande su amor, y de noche su canto me acompañe” (v. 8).


El Señor puede hacer que saques el mejor provecho de tus angustias si pones tu esperanza en Él y lo aceptas como el Dios y Salvador de tu vida. ¿Deseas hacerlo? Te invito a orarle así:


Amado Jesús: Confieso que soy pecador y te pido perdón por ello. Hoy confieso con mi boca y creo en mi corazón que viniste a morir por mí; te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador personal. Gracias Señor por perdonarme y enseñarme a transformar lo adverso en victoria. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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