miércoles, 12 de octubre de 2011

Dios siempre escucha

Ante ti, Señor, están todos mis deseos; no te son un secreto mis anhelos.
Salmo 38:9.


Lectura diaria: Salmo 38:1-22. Versículo del día: Salmo 38:9.


ENSEÑANZA


Podemos decir que somos demasiados conformistas y que no necesitamos absolutamente nada, pero en el fondo sabemos que sí tenemos anhelos, deseos y propósitos que queremos ver hechos realidad. El Señor escucha hasta el gemido más indecible que sale de los labios; no alcanzamos siquiera a susurrarlo, cuando Él ya lo sabe todo (Sal. 139:4). La misma rutina diaria o el recibir noticias desagradables, puede alterarnos la paz. Entonces, aunque no lo expresemos, bien escondido en el corazón, anhelamos tal o cual cosa. Muchas veces no sabemos ni siquiera cómo pedir o qué pedir, pero gracias a Dios, tenemos la ayuda del Espíritu Santo, quien es El que aboga por nosotros cuando estamos angustiados, “porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios” (Ro. 8:27). Si creemos que Dios no escucha y que se hace el de la vista gorda, estamos completamente equivocados; Él como buen Padre nos ama y quiere darnos lo mejor para vivir. Nos corresponde entonces, humillarnos ante su presencia y hacerle saber nuestros anhelos y deseos, no porque Él no los sepa, sino porque quiere escucharlo de nuestros propios labios, al igual que como padres terrenales queremos escuchar un “te amo mamá” o “necesito un consejo tuyo papá” o “deseo tal o cual cosa”. Con Dios debemos ser los más sinceros y transparentes posible porque simplemente, nos podemos engañar o engañar a los demás, pero a Él, no.

Como conclusión: No dudemos ni por un instante en poner ante sus píes todo anhelo y deseo que alberguemos, porque el Señor siempre escucha. Deleitémonos contándole lo propio y haciéndole saber nuestro amor por Él; de seguro nos bendecirá y dará las peticiones que le hayamos hecho (Sal. 37:4).


Si deseas conocer a Jesús en quien puedes depositarlo todo, te invito a orarle así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi corazón para que seas mi Señor y Salvador. Toma el control del trono de mi vida; perdona mis pecados y hazme la persona que quieres que yo sea. Te entrego no solamente mis cargas y pesares sino también todos mis anhelos y deseos para que tú los manejes. Gracias Señor por hacerlo y porque puedo confiar plenamente en ti. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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