sábado, 22 de octubre de 2011

El tesoro que vale

No te asombre ver que alguien se enriquezca y aumente el esplendor de su casa, porque al morir no se llevará nada, ni con él descenderá su esplendor.
Salmo 49:16-17.


Lectura diaria: Salmo 49:1-20. Versículos para destacar: Salmo 49:16-17.


ENSEÑANZA


La muerte física es algo inevitable: “Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por igual, y que sus riquezas se quedan para otros” (v. 4). Recientemente ocurrió la muerte de un ilustre hombre de ciencia estadounidense y la de un prestigioso empresario colombiano. Sin embargo, a pesar de haber cosechado aquí en la tierra muchos logros y reconocimientos, nada de esto se llevaron a sus tumbas. “Nada trajimos a este mundo, y nada podemos llevarnos” (1 Ti. 6:7). ¿Qué queda entonces de todo su esplendor? Quizá su memoria pasará por haber sido una persona brillante en el campo desempeñado; pero de lo que se lleven consigo, serán sus propias acciones hechas aquí en la tierra durante su existencia: “Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla y el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar” (Mt. 6:20). No me corresponde el juzgarlos por lo que hicieron o dejaron de hacer, esto es labor exclusiva de Dios, solamente los refiero como ejemplo. ¡Ay, si se pudiera comprar la salud con el dinero! Pero no, cuando Dios dice: “hasta aquí”, es hasta aquí. Él es el dueño absoluto de todas las vidas y la vida es parte de su soberanía. Volviendo a la Escritura, aunque el dinero es muy necesario para la subsistencia, hay otros atributos que tienen mucho más valor como son la honra, la generosidad, la buena fama, la responsabilidad, la integridad; esto vale mucho más que el oro y la plata a los ojos de Dios (Pr. 22:1). Dejo claro que en ningún momento Dios está en contra del dinero y las riquezas; si nos lo ha dado es para manejarlo de la mejor manera, de tal modo que nuestro corazón no se llegue a dañar, “Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males” (1 Ti. 6:10); y “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt. 6: 23). Siempre debemos buscar hacer el bien sea cual sea nuestro nivel de vida; cada cual dar, de acuerdo a lo mucho o poco que se tiene y no me refiero solamente a lo material, porque como he dicho en otras ocasiones, nadie es tan pobre que ni siquiera pueda regalar una sonrisa. Sembremos buenas semillas, para que después en la eternidad, recojamos buenos frutos. Que por encima de ser un hombre inteligente o una mujer audaz en los negocios, nuestra memoria sea recordada por el altruismo que nos haya distinguido. Permitamos que los demás vean nuestra fe en el Señor Jesús, por las acciones que nos caracterizan como hijos de Dios. Termino con el versículo 20 del Salmo de hoy: “A pesar de sus riquezas, no perduran los mortales; al igual que las bestias perecen”.


Dios quiere regalarte el tesoro más preciado que puedas tener: la vida eterna a través de su Hijo Jesucristo. ¿Deseas aceptar esta dádiva? Simplemente con una corta oración puedes acceder a ella. Podemos orar así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Acepto que soy pecador y vengo a ti para que tomes mi vida y seas mi Señor y Salvador personal. Perdona mis pecados y hazme de acuerdo a tu santa voluntad. Gracias Señor por venir a morar conmigo, por perdonarme y limpiarme y por darme la vida eterna contigo. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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