miércoles, 28 de septiembre de 2011

Siguiendo el legado de Jesús

Proclamaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré.
Salmo 22:22.


Lectura del día: Salmo 22:22-31. Versículo para destacar: Salmo 22:22.


ENSEÑANZA


Este Salmo profético de David nos transporta a Hebreos 2, donde se refiere al Señor Jesús, quien se revistió de naturaleza humana para ser igual a los hombres, con el fin de llevar a muchos a la gloria sin avergonzarse de nosotros, llamándonos hermanos. “Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo” (Heb. 2:17). Cuando el Señor estaba en el monte orando al Padre antes de ser arrestado dijo: “Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos” (Jn. 17:26). Es el mismo Señor quien nos deja una lección aquí para aprender y poner en práctica; tal como Él lo hizo, también nosotros debemos hacerlo: proclamar su nombre ante los hermanos; hablar de las hazañas que Dios ha hecho en nuestras vidas, contar sus maravillas y llevar de este modo a otros a sus píes. Jesús fue obediente ante su Padre y no le defraudó; igualmente los que ahora le conocemos debemos practicar esa misma obediencia y no defraudar a quien no le importó dar su vida por la transgresión de muchos, honrando a Aquel por quien fuimos comprados y por un precio muy alto: su sangre preciosa derramada en expiación de los pecados.

Así pues, glorifiquemos a Dios cumpliendo la obra también encomendada al igual que el Señor lo hizo (Jn. 17:4). Antes de subir al cielo Jesucristo nos dejó una misión para cumplir: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt. 28:19). En otras palabras: “Vayan y proclamen mi nombre ante los hermanos y permitan que sea exaltado entre ellos”. Buen ejemplo el dejado por el Señor Jesús, de nosotros depende que su Nombre sea conocido en todo lugar.


Y si tú no conoces a quien es sobre todo nombre, hoy vengo a presentártelo: Jesús de Nazaret y solamente bajo ese Nombre podemos ser salvos. “De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hch. 4:12). Precisamente si tu decisión es conocerle, podemos orarle así:


Amado Jesús: Reconozco que soy pecador y que solamente en ti puedo confiar para alcanzar la salvación. Hoy decido aceptarte como mi Señor y Salvador personal; perdona mis pecados y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias Señor por poder conocerte y por perdonarme. Gracias porque me guías con tu Santo Espíritu hacia la vida eterna que viniste a darme. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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