lunes, 19 de septiembre de 2011

Dándolo todo con amor

Traigan íntegro el diezmo para los fondos del templo, y así habrá alimento en mi casa. Puébenme en esto –dice el Señor Todopoderoso–, y vean si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde.
Malaquías 3:10.


Lectura diaria: Malaquías 3: 6-12. Versículo para destacar: Malaquías 3:10.


ENSEÑANZA


Ayer estaba viendo un programa de televisión internacional que me gusta mucho: “Reconstrucción total”. Un niño como de diez añitos, conmovido al ver enferma la niña por la cual fueron a reconstruir la casa, resolvió sacar su alcancía y donar sus ahorros; eran como doce dólares. Quizá para los reconstructores no era nada pero para este pequeño era todo lo que poseía (ver la ofrenda de la viuda en Marcos 12:41-44); al entrevistarlo una de las protagonistas del programa, dijo con lágrimas en los ojos que le había entristecido ver a una niña tan pequeña y a la vez tan enferma. Definitivamente los niños actúan sin malicia y con mayor sinceridad que los adultos; ellos no lo piensan tanto.

Algo que se nota en las iglesias es la indiferencia que existe cuando se trata de tocar el bolsillo. Se tiene la creencia que lo que poseemos es nuestro, cuando no lo es. Todo le pertenece al Señor, Él es el dador de lo que llamamos “mío”. De ese “mío” es lo devengado mensualmente y del cual Dios sólo espera un diez por ciento. Sin embargo, si duele tanto dar el diezmo, entonces deberíamos hacer como lo dice Pablo: “Cada uno debe dar según lo haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre” (2 Co. 9:7). Eso sí, pensemos que es para el Señor y tratemos de abstenernos de limosnas, el Señor es digno de recibir lo mejor. De igual manera hagámoslo con el prójimo, si damos algo que esté en buen estado y limpio. Tampoco pensemos que porque lo dimos podemos cuestionar sobre ello; nuestra obligación es dar y los pastores o prelados, sabrán cómo lo administran, serán ellos los que tendrán que rendirle cuentas al Jefe supremo. Démoslo todo con amor. La promesa para nosotros no se hará esperar: “Y vean si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde”, simplemente la ley de la recompensa porque: “el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará” (2 Co. 9:6b).


Si nunca has decidido entregarle tu vida a Jesús, te invito para que lo hagas. Te puedo dirigir en una corta oración como ésta:


Amado Jesús: Ven a mi vida. Te acepto como mi Señor y Salvador personal. Perdona mis pecados y toma el control de mi vida; hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Señor por venir a convivir conmigo; y por perdonarme y limpiarme. Gracias porque de ahora en adelante seré una persona nueva en ti. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: