sábado, 3 de septiembre de 2011

Hay que saber cuidar el templo

El Señor Todopoderoso nos ha tratado tal y como había resuelto hacerlo: conforme a lo que merecen nuestra conducta y nuestras acciones.
Zacarías 1:6b.


Lectura diaria: Zacarías 1:1-21. Versículo para destacar: Zacarías 1:6b.


ENSEÑANZA


Para saber cuidar el templo que somos, tenemos que tener una noción sobre él. En el Antiguo Testamento, el templo tenía un significado valioso para Israel. Era el orgullo y gloria de ese pueblo. Aquel templo sucedió al tabernáculo construido por Moisés, según las propias indicaciones dadas por el Señor en el monte Sinaí. Era el sitio en el cual se ofrecían los sacrificios para expiación de los pecados como preámbulo a la redención que se otorgaría a través de Jesucristo ya en el nuevo pacto. El cordero usado para el sacrificio tenía que ser sin mancha y sin defecto para que pudiera tomar como suyo el pecado del transgresor, y de esta manera quedar libre de culpa ante Dios. Este ritual, anticipaba la muerte del Señor Jesús; el Cordero de Dios inmolado por nuestros pecados. Más adelante, “Salomón dispuso el Lugar Santísimo del templo para que se colocara allí el arca del pacto del Señor” (1 Reyes 6:19); “La cortina la hizo de púrpura, carmesí, escarlata y lino” (2 Crónicas 3:14); igual que lo mandado en Éxodo 26:1. En el tiempo de la vida de Jesús, la cortina separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Al Lugar Santísimo solamente tenía acceso el sacerdote una vez al año, provisto de sangre ofrecida por sí mismo y por los pecados del pueblo (Hebreos 9:7). Lo anterior demuestra claramente que el hombre estaba separado de Dios. Cuando el Cordero de Dios murió, el velo del templo, el de color púrpura, carmesí y escarlata (la sangre del Señor), se rasgó en dos para permitirnos el acceso a la presencia de Dios libremente. Por eso ahora, los que hemos aceptado traspasar esa cortina, ya no tenemos templos materiales sino espirituales: nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y debemos cuidar como tal de él. El Señor Todopoderoso, nos tratará de acuerdo a como sea el comportamiento.

Quizá como en la lectura del día, el templo se ha caído y hay que levantarlo de nuevo. El Señor dice: “Vuélvanse a mí y yo me volveré a ustedes”; “Vuélvanse de su mala conducta y de sus malas prácticas” (vv. 3 y 4b). Su compasión no se hará esperar: “Volveré a compadecerme de Jerusalén. Allí se reconstruirá mi templo” (v. 16). “Otra vez mis ciudades rebosarán de bienes, otra vez el Señor consolará a Sión, otra vez escogerá a Jerusalén” (v. 17). Esa Jerusalén es cada uno de nosotros; y si hemos dado pié para que las cosas marchen nuevamente mal, es hora de permitirle al Señor reconstruir lo derrumbado y encausarlo hacia su santa voluntad.


Si nunca has tenido la oportunidad de traspasar esa cortina para presentarte ante Dios aprobado por la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo, te invito a orarle a Jesús así:


Señor Jesucristo: Entiendo que soy pecador y que viniste a morir en mi lugar. Hoy decido aceptarte en mi corazón como Señor y Salvador personal. Perdona mis pecados y toma el control del trono de mi vida; hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Señor por perdonarme y limpiarme, y darme el acceso al Padre Celestial por tu sangre derramada por mí en la cruz. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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