lunes, 5 de septiembre de 2011

Ropas lavadas y resplandecientes

Así que el ángel les dijo a los que estaban allí, dispuestos a servirle: ¡Quítenle las ropas sucias! Y a Josué le dijo: Como puedes ver, ya te he liberado de tu culpa, y ahora voy a vestirte con ropas espléndidas.
Zacarías 3:4.


Lectura diaria: Zacarías 3:1-10. Versículo para destacar: Zacarías 3:4.


ENSEÑANZA


El Josué del que nos habla el profeta Zacarías, no fue el Josué que sucedió a Moisés; fue Josué el sumo sacerdote que se describe también como Jesúa en Esdras 3:2 y quien ayudó a la reconstrucción del templo, después del cautiverio del pueblo judío en Babilonia. En la visión, el profeta ve que discuten el ángel y el diablo sobre su cuerpo. Como siempre Satanás, el acusador está presente listo para señalar todos los pecados y así lo hizo con Josué; sin embargo, el ángel ordena que se le quiten las ropas sucias y le vistan con ropa espléndida ya que ha sido librado de toda culpa.

No importa qué tan grandes sean los pecados del hombre: “¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is. 1:18). Esto es lo que hace el Señor Jesús con todo aquel que deja su mal camino y voltea los ojos a Él: lo lava, lo limpia, lo purifica, lo restaura completamente y luego lo sella con su preciosa sangre, para que Satanás no pueda seguir acusándolo ante su presencia. Simplemente hay que ponernos de acuerdo con Él; reconocerle como Señor y Salvador personal y dejar que nos vista con trajes limpios y espléndidos para ser parte de su novia, la iglesia, quien vestida de lino fino y resplandeciente, estará lista para recibir a su Esposo y Rey.

Aprendamos a no dejarnos intimidar por Satanás. Es bien cierto que caemos, pero tenemos a un abogado e intercesor ante Dios: a Jesucristo el Justo quien nos perdonará y limpiará de toda maldad (1 Jn. 1:9-2:1). Cada vez que escuchemos la voz del enemigo acusándonos, recordémosle que ya hubo alguien que pagó por nuestra culpa y ahora no puede pasar por encima de su sangre. Nosotros estamos cubiertos por la sangre del Señor; Jesús ya nos lavó y vistió con ropas espléndidas. El Señor triunfó y Satanás quedó derrotado. ¡Gloria a Dios por su victoria sobre él!


Si tú no le has permitido aún lavar tus ropas sucias, te sugiero que hoy decidas dejarte limpiar y purificar con la sangre de Cristo. Podemos orarle así:


Señor Jesucristo: Confieso que soy pecador y hoy vengo a ti para que me limpies completamente de toda culpa. Te acepto en mi vida como Señor y Salvador; toma el control del trono que yo manejo, y haz de mí la persona que quieres que yo sea. Gracias Señor por venir a morar conmigo, por perdonarme y ponerme trajes resplandecientes para presentarme ante tu presencia. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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