domingo, 25 de septiembre de 2011

Puestos los ojos en el Señor

Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer! ¡En ti hemos puesto nuestra esperanza!
2 Crónicas 20:12b.


Lectura diaria: 2 Crónicas 20:1-30. Versículo para destacar: 2 crónicas 20:12b.


ENSEÑANZA


Cuando llegan los problemas nos sentimos asfixiados por ellos, porque en ocasiones viene uno tras otro como ráfagas que se disparan de todos los costados y tampoco sabemos qué hacer. Nos abrumamos y lo único que nos queda es aferrarnos a Dios y reconocer que sin Él no podemos salir avante. Josafat, rey de Judá, vivió esa misma situación cuando los moabitas y amonitas les declararon la guerra; el rey reconociendo su impotencia puso sus ojos en el único que podría ayudarlos y exclamó: “¡En ti hemos puesto nuestra esperanza!”. Dios no se queda quieto cuando volteamos el corazón hacia su presencia y de igual manera que lo hizo en aquel tiempo, lo puede lograr ahora ante cualquier dificultad que se nos presente. Sus palabras de ánimo tampoco se hacen esperar para decirnos: “No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejército, porque la batalla no es de ustedes sino mía” (v. 15). ¿Crisis financiera o sentimental? ¿Soledad, enfermedad? Esos ejércitos de langostas, de larvas y orugas serán derrotados por la mano directa del Señor; nosotros debemos quedarnos quietos para comprobar que su poder no tiene límites (v. 17), y ver lo que su mano es capaz de hacer por sus hijos. Simplemente es escuchar su voz cuando nos dice: “¡Confíen en el Señor y serán librados!” (v. 20b).

Como enseñanza en medio de las dificultades y las pruebas: “Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (Heb. 12:2); “Pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia lleva a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada” (Stg. 1:3-4).


Jesús puede darte paz en medio de la adversidad; Él murió y sufrió todas las penalidades sólo por amor a ti y ahora desea que seas su amigo para estar contigo siempre. ¿Quieres aceptar su invitación? Podemos orarle así:


Amado Jesús: Te entrego mi corazón para que seas mi Señor y Salvador personal; perdona mis pecados, toma el control de mi vida y llévame de tu mano para proseguir mi caminar. Gracias Señor por escucharme y venir a morar conmigo; gracias por perdonarme y limpiarme, y por estar atento a pelear las batallas en mi lugar. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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