jueves, 22 de septiembre de 2011

Dios se revela en la dulce calma

Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva.
1 Reyes 19:12-13.


Lectura diaria: 1 Reyes 19:1-18. Versículos para destacar: 1 Reyes 19:12-13.


ENSEÑANZA


El profeta Elías se encontraba huyendo de la persecución que el rey Acab y su esposa habían tramado en contra de los profetas de Dios. Elías, ya cansado y agotado entró en depresión al punto de decirle al Señor: “Quítame la vida” (v. 4). Sin embargo el Señor lo fortaleció animándolo y dándole comida para que prosiguiera el viaje por cuarenta días más (vv. 5-9). Allí se le apareció y le ordenó que se presentara en la montaña, pues pasaría por aquel lugar; pero un viento fuerte partió la montaña y tras el viento vino un terremoto y luego hubo fuego. En ninguna de estas situaciones Elías encontró al Señor. Más adelante “vino un suave murmullo” y fue ahí cuando el Señor le habló. Al igual que a Elías nos sucede con frecuencia a nosotros: las cargas y problemas de la vida nos desaniman y llevan incluso a deprimirnos fuertemente; vemos llegar tormenta tras tormenta y en nuestro propio afán no encontramos al Señor hasta que paramos, descansamos y nos disponemos a escucharle. El Señor nos habla en la quietud de nuestra alma. Permite que todo esto suceda como para decirnos: “No te afanes, aquí estoy yo. Estoy a tu lado, nunca te dejaré ni te abandonaré”. Como lección aprendamos a escucharlo en el silencio íntimo con Él; dejémonos llevar por el suave murmullo de las hojas que caen sobre el césped o el del agua que sublima una corriente. Si abrimos nuestros ojos y corazón, podremos escucharle en el sosiego del día.


Quizá estás pasando por aflicciones que te desvelan y no te dan paz. Jesucristo vino precisamente a llevar sobre su yugo todas tus cargas, Él te hace hoy esa invitación: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mt. 11:28); ¿deseas aceptar esa invitación del Señor? Si es así, te invito a orar así:


Señor Jesucristo: Yo te necesito. Estoy cansado y abatido con mis problemas; toma mi vida, te la entrego para que seas mi Señor y Salvador; perdona mis pecados y condúceme de tu mano por la senda que quieres que yo siga. Gracias Señor por todo lo que hiciste por mí y por lo que harás de ahora en adelante. Gracias porque solo necesito un minuto de quietud para escucharte. Amén.


Un abrazo y bendiciones.

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