martes, 7 de diciembre de 2010

¿Quién es el Cordero de Dios?

¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!
Juan 1:29b.


Lectura diaria: Juan 1:29-34. Versículo del día: Juan 1:29b.


ENSEÑANZA


Nuestro amado Señor es ese Cordero inmolado por los pecados de la humanidad. Juan el Bautista lo identifica como el Redentor enviado de Dios. En el Antiguo Testamento se sacrificaba todos los días un cordero en las ofrendas de la mañana y la tarde, como también en ocasiones especiales, p.e. en la Pascua (Éx. 12:3-13). Fue escogido este animalito por su inocencia y carácter humilde y sumiso. El cordero simboliza a Cristo, quien se ofreció a sí mismo en el Calvario para llevar nuestros pecados sobre su cuerpo (1 P. 2:24). Las palabras de Juan el Bautista al verle, son una interpretación de Isaías 53 donde en profecía nos describe el sufrimiento del Siervo de Dios. El versículo 8 dice: “como cordero, fue llevado al matadero”. En Hechos 8:30-35, Felipe cuando le estaba compartiendo al etíope le explica este pasaje profético pues era precisamente lo que el etíope no entendía y Felipe le hace ver que ese Cordero es el mismo Señor Jesús. Tanto Pablo como Pedro nos refieren a Cristo como el cordero pascual sacrificado por nosotros (1 Co. 5:7b, 1 P. 1: 18-19). Este Jesús a quien proclamamos y rendimos todo hor y gloria es el mismo Cordero. El vencedor y redentor “¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!” “¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder por los siglos de los siglos!” (Ap. 5:12 y 13). A nosotros nos corresponde desde aquí en la tierra alabarle y adorarle por su grandeza y misericordia, pues no escatimó ni a su propia vida sino que derramó su sangre para librarnos de las garras del infierno. Cuando estemos en el cielo seremos parte de esos millares a quien Juan pudo ver a través de la revelación que le fue dada en la Isla de Patmos (Ap. 5:11), alabándole; quizá para que los creyentes nos animemos y guardemos la bendita esperanza que finalmente Cristo ganará la victoria sobre Satanás, quien está destinado al castigo eterno. Regocijémonos y alegrémonos por el triunfo obtenido al ser rescatados por el Cordero de Dios.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia

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