miércoles, 8 de diciembre de 2010

AMOR INCONDICIONAL

Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: "Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad".
Jeremías 31:3.


Lectura diaria: Jeremías 31:1-9. Versículo del día: Jeremías 31:3.


ENSEÑANZA


El amor para que verdaderamente sea amor, debe tener el ingrediente de “incondicional”. Nosotros, amamos muy voluntariamente. Quizá el amor más parecido al de Dios sea el que los padres sienten hacia sus hijos, pero nunca se asemeja a la forma de hacerlo Dios. Él está dispuesto a amarnos así seamos tercos, desobedientes, ladrones e incluso asesinos (el que nos ame con estos defectos y pecados no quiere decir que los acepte; Dios no va con el pecado, no puede aceptarlo porque Él es santo). Dios ama al pecador, pero rechaza al pecado. El amor entregado incondicionalmente tiene carácter inaudito. La mente humana no lo puede entender. Sin embargo, este amor que Dios nos ofrece es el mismo que quisiera, nosotros también practiquemos. Es el amor que todo lo da sin esperar nada a cambio: amor ágape; el mismo del cual nos habla el apóstol Pablo en 1 Corintios 13: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Analicemos por un momento solamente el amor que decimos, le profesamos a nuestro cónyuge, ¿Será que es capaz de traspasar todos estos parámetros? Y si creemos que éste es muy poco, entonces tomemos el dirigido hacia los hijos o padres. ¿Cuántos hogares no se terminan por falta de perdón? O ¿cuántos hermanos no se matan por envidias y egoísmos? Es indiscutible que para dar amor, tenemos que amarnos primero nosotros mismos. No podemos pedir que nazcan flores en un charcal lleno de suciedad y barro. Para poner en práctica el amor incondicional de Dios, sigamos la secuencia lógica: me amo a mí mismo; amo al prójimo que tengo a la vista, y por consiguiente amo a Dios a quien no he visto. Le doy gracias a Dios porque estoy convencida de su amor hacia mí. No importa lo que haya pasado o sucedido en mi vida y con mi vida; su amor por mi es tan grande, que entiendo perfectamente hacia dónde se dirige cuando soy golpeada por la adversidad. “Porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo” (He. 12:6), al igual que lo hace un padre terrenal. Me basta con saber que su gracia me cubre y que soy la niña de sus ojos. Esforcémonos en entregar la misma clase de amor incondicional que Dios nos entregó.


Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: