jueves, 23 de diciembre de 2010

Sumisión para adoración

Entonces dijo María: –Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque el Poderoso ha hecho grandes cosas por mí. ¡Santo es su nombre!
Lucas 1:46-47, 49.


Lectura diaria: Lucas 1: 46-55. Versículos del día: Lucas 1:46-47, 49.


ENSEÑANZA


La joven María, al ver que Dios había puesto los ojos sobre ella, tuvo dos actuaciones que nos dejan mucho para aprender. Con anterioridad en el versículo 38 con sumisión y humildad acepta la voluntad del Señor para hacer con ella como estaba escrito. Más tarde, glorifica a Dios y le exalta con regocijo a través de su cántico. Se tiene la tendencia a creer dentro del pueblo católico que los cristianos no tenemos en cuenta para nada a María. Creo que mal podría llamarse cristiana una persona que no valorara las virtudes de ella para Dios haberla escogido como madre del Salvador. Ojalá todas las mujeres ante la voluntad de Dios hiciéramos como lo hizo María: aceptarla, y adorarle por ello. Me imagino a María como una jovencita que esperaba fielmente ver cumplidas las predicciones de los profetas, dedicada a la oración y meditación, lejos de imaginarse que ella iba a ser la favorecida. Esta mujer sabia y prudente supo llevar en silencio, guardando solamente en su corazón todo lo concerniente a su hijo (Lc. 2:19). Así como se gozó ante la gloriosa noticia, también sufrió y padeció al lado de su amado Jesús, al ver la crueldad con la que fue tratado. Sin embargo, conoció el propósito de Dios en todo esto y supo manejarlo con sensatez y cordura. Reflexionemos sobre lo anterior y preguntémonos ¿Estamos dispuestos a acatar la voluntad de Dios en nuestras vidas? ¿A adorarle y glorificarle por sus proezas? A María no le tocó nada fácil su decisión: primero sufrir la incredulidad de José, los vituperios de la gente y aún más, saber que toda mujer en aquella época ante una situación parecida a la suya podría morir lapidada. Ya en la edad adulta, aguantar y resistir ante el padecimiento y crucifixión de su hijo. ¿Cuántas veces ni siquiera le damos gracias al Señor por las proezas realizadas en nosotros? Solo vemos lo malo que nos sucede para practicar la “quejabanza”, sin acordarnos que debemos dar gracias en todo (Fil. 5:18). Aquí tenemos dos ejemplos claros para comportarnos como Dios desea que lo hagamos: con sumisión y con adoración.


Un abrazo y bendiciones.

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