miércoles, 22 de septiembre de 2010

¡Tanto me amas!

Cuídame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sobra de tus alas, de los malvados que me atacan, de los enemigos que me han cercado.
Salmo 17:8.


Lectura diaria: Salmo 17:1-15. Versículo del día: Salmo 17:8.


ENSEÑANZA


A veces nos sucede como a los niños, no entendemos el amor de nuestros padres, hasta que nos encontramos en un callejón sin salida y los únicos que vienen a rescatarnos son papá y mamá. En nuestra relación con el Señor, pasa exactamente lo mismo, solamente comprendemos la dimensión de su amor cuando nos enfrentamos a una enfermedad difícil, o a una crisis que puede ser económica o de carácter familiar. Con el correr del tiempo en mi andar con el Señor, he podido deducir el porqué de los suicidios y de las locuras, y es precisamente porque las personas al no tener en quien refugiarse se derrumban fácilmente. La vida no es nada cómoda. Cuando somos niños ni siquiera la percibimos; en la adolescencia, la vislumbramos pero a nuestra manera; empezando la adultez, creemos que el mundo está a nuestro alcance muy buenamente, e incluso criticamos a los padres porque según nuestro ego, ellos no han tenido la visión y capacidad que los años mozos ofrecen. Es después, mucho tiempo después, quizá cuando empezamos a madurar, que nos damos cuenta que la vida no es un lecho de rosas y ahí sí, entendemos a los padres. La Biblia dice que así sea al justo le llegarán multitud de angustias, pero que de todas nos sacará el Señor (Sal. 34:19). Gracias a Dios que los cristianos tenemos en quién apoyarnos: al Padre incondicional que está presto a guardarnos, ampararnos y escondernos en los momentos más críticos, para que el dolor nos haga el mínimo daño posible. Después de haber pasado una noche terrible en mi última cirugía, entró a mi habitación una enfermera muy joven y en ese momento le sonó su celular, el cual tenía como timbre la canción cristiana “la niña de tus ojos”. No sé por qué, pero el sólo hecho de escuchar la letra diciéndome que yo soy la niña, ¡la niña de sus ojos! Me hizo feliz y sentir que tenía a mi lado al mejor Padre del mundo, a mi papito Dios, quien jamás me iba a dejar ni me abandonaría. Estaba a mi lado, consintiéndome, abrigándome en sus brazos amorosos, secando mis lágrimas y no permitiendo que el enemigo hiciera de las suyas. Es tan especial, que no le importó utilizar un simple timbre para hablarme. ¡Gracias mi Señor por demostrarme tanto amor! Si no me hubieras consolado como lo hiciste en esos momentos, yo no podría ahora llevar consuelo a los afligidos. Dame la capacidad de tender siempre mi mano al necesitado. Este amor sublime, igualmente está dispuesto para ti; solamente déjate arrullar por Él y refúgiate debajo de sus alas. ¡Tú eres también la “niña de sus ojos”!


Un abrazo y bendiciones.

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