sábado, 25 de septiembre de 2010

El futuro hogar

Me llevó en el Espíritu a una montaña grande y elevada, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios. Resplandecía con la gloria de Dios, y su brillo era como el de una piedra preciosa, semejante a una piedra de jaspe transparente.
Apocalipsis 21:10-11.


Lectura diaria: Apocalipsis 21:1-27. Versículos del día: Apocalipsis 21:10-11.


ENSEÑANZA


Desde hace unos años, largos ya, le he venido pidiendo al Señor una casa, pues me gustan más las casas que los apartamentos. Antes la quería para ver a mis hijos allí reunidos quizá alrededor de una chimenea o de una fogata, compartiendo con familiares y amigos. Ahora que cada uno va siguiendo su rumbo, le digo al Señor, no importa que se hayan ido o ya casi lo hagan, porque de todas maneras deseo ver a mis nietos gozando y retozando en ella. No sé cuando se me concederá este anhelo; sin embargo, cada día me convenzo que por muy linda que sea la casa que Dios me regale aquí en este mundo, nunca será igual a la mansión celestial que me tiene preparada. Dice la Biblia que su brillo será igual al del jaspe; de por sí, toda estará adornada con piedras preciosas y sus calles serán de oro como cristal transparente (vv. 18-21). ¡Con solo pensar en su belleza extraordinaria me emociono! Definitivamente quiero ir y andar por esas calles. Allí la Nueva Jerusalén, el lugar del descanso eterno de Dios, donde nos encontraremos con nuestros seres queridos y donde nos reuniremos en torno al Señor, viviremos eternamente gozando de su plenitud completa. Allí, tendrán derecho a entrar quienes tengan su nombre escrito en el libro de la vida, no habrá más tristezas ni dolores. El Señor acampará en medio de nosotros y nos enjugará toda lágrima que brote de los ojos. ¡Todo es completamente nuevo! Si nos parece rico estrenar y dejar a un lado lo viejo, con mayor razón nos extasiaremos viendo la grandeza y amor de nuestro Dios, donde todo será indiscutiblemente distinto y dispuesto para sus hijos. Pienso que nada se puede comparar a esta grandiosa casa; al hogar que el Señor ha ido preparando para sus escogidos. No necesitaremos “ni sol ni luna porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera” (v. 23). ¿Quieres tener parte en dichosa mansión? ¿Quieres que tu nombre quede inscrito en el libro de la vida? A la vez de ser muy sencillo, para el hombre es difícil. Sencillo porque con una oración sincera lo puedes lograr; complicado, porque su ego no le permite ver más allá y aceptar lo hecho por Jesús. Si tu deseo es tener un cupo en ese futuro hogar te invito a orar así: Señor Jesucristo, yo te necesito, te abro la puerta de mi corazón y te recibo como mi Señor y Salvador. Gracias por perdonar mis pecados y saber que desde hoy, vas a estar guardándome un lugar en la Jerusalén celestial y porque desde ya mi nombre quedará escrito en el libro de la vida. En tu nombre Jesús, amén. Estoy segura que jamás te arrepentirás de tu decisión. ¡Adelante! Puedes empezar a vivir con Cristo una gran aventura que te conducirá hacia el hogar celestial. Esa es mi futura casa y deseo compartirla contigo. ¡Allá te espero!


Un abrazo y bendiciones,


Dora C.

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