jueves, 9 de septiembre de 2010

La arrogancia destruye

Sin embargo, cuando aumentó su poder, Uzías se volvió arrogante, lo cual lo llevó a la desgracia.
2ª. Crónicas 26:16.


Lectura diaria: 2ª. Crónicas 26:1-23. Versículo del día: 2ª. Crónicas 26:16.

ENSEÑANZA

El rey de Judá Uzías, quien también se llamaba Azarías, fue recto ante Dios, mientras consolidó su poder. Con el tiempo y cuando ya era lo suficientemente fuerte, su corazón se enalteció para su ruina, lo cual lo llevó a enfermarse de lepra hasta el día de su muerte. Dios demanda de sus hijos ante todo humildad, “Pues todo el que así mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc. 18:14b). Desafortunadamente, el primer enemigo del hombre está en su ego y cualquier cosa que logre le ayudará a expandirlo. Por el ego vienen las discordias, las envidias y egoísmos; el desamor y la injusticia social; el amor al poder y al dinero, y en general todo lo que provee de la carne. Basando su existencia en el ego, el ser humano se olvida por completo de Dios y le queda más difícil reconocerlo como Amo y Señor, pues no quiere que alguien pase por encima de su ser. Este es el caso del rey Uzías, quien fue un hombre temeroso de Dios hasta que se llenó de poder; creyó que nada ni nadie podrían arrebatarle su vanagloria y Dios quien desea que nosotros no nos olvidemos de dónde venimos ni quiénes éramos antes, le castigó con una enfermedad. “Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo”; “No se te ocurra pensar: Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos”; “Si llegas a olvidar al Señor tu Dios…, testifico hoy en contra tuya que ciertamente serás destruido” (Dt. 8:12-14; 17 y 19). Recuerda cuál fue el Egipto que te tenía esclavizado. El Señor vino a darnos libertad y se humilló por ti y por mí, aún siendo Dios; entonces, no nos dejemos llevar por la jactancia y presunción. Aprendamos que el orgullo, la prepotencia, la altivez y la arrogancia no dejan sino lamentos y llantos más tarde. El orgullo nos conduce al pecado y debemos desarraigarlo por completo, si no queremos caer en la trampa dejándonos arrastrar por él. La humildad al contrario, es aprobada por Dios y por eso debemos luchar para lograr tan preciada virtud. Busquémosla en el Señor Jesús, que Él estará listo a darnos una buena dosis a través de su Santo Espíritu.

Un abrazo y bendiciones.

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