sábado, 18 de septiembre de 2010

Ante la enfermedad

El Señor es refugio de los oprimidos; es su baluarte en momentos de angustia.
Salmo 9:9.


Lectura diaria: Salmo 9:1-14. Versículo del día: Salmo 9:9.


ENSEÑANZA


Ante esa plaga de cáncer que nos está invadiendo, resolví hacer el devocional sobre el tema para de acuerdo a mi experiencia, poder compartir con los que están viviendo esta experiencia y hacerles llegar mi voz de aliento. Los cristianos no somos la excepción en cuanto a calamidades y menos en lo referente a distintas enfermedades. Sé que no es fácil; cuando el médico pronuncia esas tristes palabras, sentimos que el mundo se derriba a nuestros píes y lógicamente viene como en todo desastre un primer duelo donde quizá lloramos, nos lamentamos y preguntamos. En lo primero que cuestionamos a Dios es “¿por qué a mí?”. Cuando nos dicen que tenemos un tumor maligno o simplemente cáncer, podemos optar por el camino de la desesperación y de una vez enterrarnos vivos; o por el camino positivo, dejándole a Dios esa carga y esperando su voluntad completamente. Pasada esta primera agonía, ya con cabeza más fría, ponemos en orden las ideas y lo mejor es caer humildemente en los brazos del Señor; refugiarnos en Él como el baluarte que es y que nos imprime fortaleza y decisión. Digo decisión porque es en estos casos donde tenemos que empezar a tomar decisiones que quizá antes no habíamos logrado por un motivo u otro. O también porque respecto a la misma enfermedad se necesita establecer medidas de acuerdo a lo inesperado y que podamos afrontar. Yo personalmente aconsejo buscar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la fuerza que podamos en todo momento. No podemos dejar un solo instante de estar pegados a Él, porque si no Satanás que es tan astuto nos coge por su cuenta haciéndonos dudar, al punto de poder llegar a la angustia y depresión. Lo mejor es voltear los ojos hacia Dios y hablar claro con Él. Llega el momento de preguntarle a Dios no por qué sino para qué. Ese para qué, puede ser para glorificar su nombre, para darnos una lección, para probar nuestro corazón, para que aprendamos a buscarlo con más sinceridad, etc., etc. El rey Ezequías se enfermó gravemente y supo por el profeta Isaías que iba a morir; sin embargo, oró al Señor clamándole por su salud y el Señor le respondió dándole quince años más de vida (2ª. Reyes 20:1-6). Así que la oración es muy eficiente y ante todo la sinceridad. Hay momentos en los que hay que volcar el corazón completamente a sus píes y yo creo que es el especial. Dios no deshecha al corazón humillado y abatido. ¡Adelante! No hay que desanimarse porque la gloria del Señor vendrá, sea para quedarnos otro tiempo aquí o para irnos con Él a gozar de su presencia. Hay que hablarle como David: “Sácame de las puertas de la muerte, para que en las puertas de Jerusalén proclame tus alabanzas y me regocije en tu salvación” (v. 14).


Un abrazo y bendiciones.

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