viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Quiénes somos?

Me pregunto: ¿qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?
Salmo 8:4.


Lectura diaria: Salmo 8:1-9. Versículo del día: Salmo 8:4.


ENSEÑANZA


Cuando Dios creó al hombre, lo puso en medio del Edén como administrador de la tierra (Gn. 2:15), y le dio el dominio sobre todo animal fuera del agua, del cielo o de la tierra (Gn. 1:26). Dios dignificó al hombre, poniéndolo como su obra máxima en la culminación de la creación. Le dio poder para que se multiplicara y llenara la tierra sometiéndola a él. Desafortunadamente el hombre cayó y no cumplió el propósito de Dios; No obstante con el fracaso del hombre, no todo se acabó; pues lo que no se cumplió con Adán, lo vino a cumplir otro hombre: Jesucristo. La verdad es que en Jesucristo estamos completamente llenos y a pesar de ese poder haberse venido abajo, ahora con Él, somos más que vencedores y poseemos el dominio que una vez creados, Dios nos delegó. “Pues lo hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y honra; lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio” (Sal. 8:5-6). Cuando aceptamos al Señor Jesucristo en nuestras vidas, estamos también diciéndole a Dios que aceptamos su obra redentora en nosotros y que por consiguiente ya rescatamos ese señorío y poder que nos fue conferido desde comienzos de la creación. Empezamos a gozar de ese plan maravilloso que había diseñado para el hombre desde tiempo atrás, a través de Jesucristo: “yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn. 10:10) Ahora Dios desea que gobernemos bien nuestra vida y que aprendamos a ejercer el dominio, empezando por todo aquello que nos estorba y quiera interponerse en la libertad lograda por Cristo. De ahí que es tan importante actuar no solamente como nuevas criaturas sino como sus hijos. Todo hijo tiene tanto derechos que lo acreditan como tal, pero también deberes que cumplir. Nuestra misión a manera de hijos redimidos es practicar su mandato y ayudar a que otros participen de su reino. Eso es lo que somos, entronizados en el mundo para llevar el mensaje de salvación a otros, pero para la gloria y honra de Aquel que nos amó y dio su vida por toda la humanidad. Aprendamos a ejercer el poder y el dominio legados por el Padre celestial desde la creación, para alcanzar el mundo para Cristo.


Un abrazo y bendiciones.

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