lunes, 19 de julio de 2010

El corazón abatido

En la enfermedad, el ánimo levanta al enfermo; ¿pero, quién podrá levantar al abatido?

Proverbios 18:14

Lectura diaria: Proverbios 18:1-24. Versículo del día: Proverbios 18:14.

ENSEÑANZA

Sigo sacándole provecho a la estadía por estos días junto a mi padre. Tal pareciese que en medio de su enfermedad, todo se olvidara para él al volver a ver a sus hijos. Se nota claramente cómo va cambiando su semblante y su ánimo lo hace ver muchísimo mejor. A mis hermanos y a mí, no nos queda la más mínima duda de entender que parte de su enfermedad es la soledad en que vive. Mi padre siempre ha sido una persona digamos que “dichacharachera” en el vocablo colombiano, o sea habladora, que le gusta relacionarse con la gente, echar sus cuentos y repetir las anécdotas de su vida por ese llano inmenso donde ha vivido y que para él ha sido su orgullo y vida. Teniendo en cuenta su especie de idiosincrasia, y la lejanía de su casa hacia el pueblo, creemos que le ha hecho más daño la soledad que su misma enfermedad. El corazón abatido seca los huesos”. De ese hombre alto y corpulento sólo queda un viejito flaco y débil que ahora son sólo huesos. El corazón se me parte al verlo en ese estado. Con mis hermanos ya tomamos la determinación de llevarlo a un hogar geriátrico en Villavicencio, ciudad cercana a la capital del país y donde nos queda viable el ir a verlo. Dios permita que logremos ese cometido. La enseñanza que deseo compartirles es muy clara: las mismas palabras de mi hermano Germán “la soledad mata, y por eso hay que sembrar mientras tengamos vigor, salud y bienestar, para cosechar en la vejez”. De ninguna manera quiero juzgar a mi papá por lo que hizo o dejó de hacer, eso no me corresponde a mí, pero desafortunadamente para el caso de mi padre, con relación a nosotros, sus hijos, sin que sea nuestro deseo, ha tenido que soportar una vejez que a nadie se la deseo: solitario, enfermo y en precarias condiciones económicas. Sepamos sembrar desde ahora en lo que nos corresponde, para que en el mañana el abatimiento no nos toque; para que la gracia de Dios se derrame y podamos decir a cambio: “bendita vejez”.

Un abrazo y bendiciones.

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