lunes, 1 de marzo de 2010

Somos enviados por Dios

Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sión.

Isaías 61:1c-3a

Lectura diaria: Isaías 61:1-7. Versículo del día: Isaías 61:1-3.

ENSEÑANZA

Como discípulos y más que siervos, amigos del Señor, no se nos debería olvidar que somos sus mensajeros ante el mundo. Ayer, se me hizo tarde para salir a la Iglesia en la mañana al culto dominical. Al llegar al paradero, me subí en una buseta que me servía pero me daba más vueltas para llegar al sitio requerido; atrás venía la otra y al subirme me dije: “qué tonta, he debido coger la de atrás”. Ya llevábamos bastante recorrido cuando una señora se sentó a mi lado aduciendo que el sol le estaba dando de frente en los asientos contrarios y por eso buscaba la sombra. Sin querer ni pensarlo, si soy sincera, empezamos a hablar. Ella iba con su hijo como de unos veintiocho o treinta años para uno de los cementerios del norte donde hacía un mes había tenido que enterrar a su única y querida hija. No sé por qué me contó todo esto; o más bien, si sé. Al ver su dolor de madre y preguntarme si yo había pasado por algo parecido, mi corazón se estremeció (recordé a mi querido sobrino y supe que si me había dado tan duro su muerte siendo tía, cuál no sería el suyo), y al no tener más que ofrecerle ante su sufrimiento, le ofrecí mi deseo de orar con ella cosa que aceptó gustosa. En ese momento entendí el porqué de esa buseta con esa ruta más larga era la que en últimas había tomado. No sólo oramos para recibir a Jesús como su Salvador y Señor, también lo hicimos para que Dios le llenara ese vacío y pusiera paz en su corazón. Aunque en mis oraciones diarias tengo precisamente anotado este pasaje pidiéndole al Señor que nunca se me olvide practicar lo que dice, tengo que reconocer con honestidad que se me olvida frecuentemente. ¿Pero a qué nos llama el Señor? A sanar corazones heridos, liberación a los cautivos, consolar a los que están de duelo, a proveerles una corona nueva con aceite de alegría y traje de fiesta (complemento del verso 3). Sin imaginármelo, el Señor me guió a realizar lo que esperaba de mí: consolar a una madre doliente. A veces pensamos que las cosas ocurren porque sí. De ninguna manera la vida cristiana es casualidad; estoy convencida que cada paso dado está dirigido por Dios de acuerdo a su santa voluntad. La lección para compartirles es que tengamos en cuenta que si somos sus discípulos, somos instrumentos suyos y por consiguiente debemos dejarnos utilizar por Él, como sus enviados o mensajeros.

Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: