lunes, 29 de marzo de 2010

La Ceguera espiritual

Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.

Juan 9:25.

Lectura diaria: Juan 9:1-41. Versículo del día: Juan 9:25.

ENSEÑANZA

No se sabe que es peor, si la ceguera física o la espiritual. Los judíos no sabían cómo acusar a Jesús; siempre estaban al acecho, buscando un motivo para juzgarle. Acusaron al Señor porque sanó a un ciego de nacimiento; lo acusaron también porque lo hizo en sábado. No aceptaban en su corazón endurecido que Jesús hubiese podido realizar este milagro tan diciente. Tercos y obstinados como eran y sin querer reconocer sus errores, sino al contrario, creyéndose infalibles, su orgullo no les permitía ver más allá de sus propias narices. Primero se fueron encima de los padres del muchacho y ante la respuesta de ellos, “pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo” (verso 21), volvieron a ocuparse del que había sido sanado, no aceptaban escuchar que en realidad ahora veía “Ya les dije y no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo?” (Verso 27). El Señor, conociendo sus corazones aprovechó la ocasión para decirles: “Yo he venido a este mundo para juzgarlo, para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos” (verso 39). Los fariseos al sentirse aludidos le preguntaron ¿Qué? ¿Acaso también nosotros somos ciegos? Jesús les contestó: si fueran ciegos, no serían culpables de pecado, pero como afirman que ven, su pecado permanece” (versos 40-41). ¿Cuántos andan por el mundo, enceguecidos también espiritualmente? Hay un dicho muy cierto que dice: “No hay peor ciego, que el que no quiere ver”. Esto se aplica muy bien al cristianismo. El hombre puede escuchar hablar de Dios, es más dice creer en Él, pero no le cree a Él. Ven sus milagros, transformaciones completas en hombres y mujeres que anteriormente llevaban una vida sumergida en pecado, y aún así les cuesta aceptar que Jesucristo vino en carne para redimirnos; le cuesta bajar la cabeza y reconocerlo como Amo y Señor de su vida. Al igual que los fariseos están listos a lanzar puyas y sacar el dedo inquisidor. Están ciegos espiritualmente de nacimiento. En realidad, todos nacemos con ese defecto. La única manera de ver la luz es reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador personal. En este tiempo de Semana Santa, reflexionemos dejando la religiosidad a un lado y concientizándonos de la obra redentora de Dios al enviar a su Hijo, para que todo aquel que crea en Él sea salvo. Solamente cuando tomamos esta decisión podemos decir: “Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo”.

Un abrazo y bendiciones.

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