martes, 23 de marzo de 2010

¡Cuidado con la lengua!

Tienes por costumbre hablar contra tu prójimo, y aún calumnias a tu propio hermano.

Salmo 50:20.

Lectura diaria: Salmo 50:16-23. Versículo del día: Salmo 50:20.

ENSEÑANZA

Dice un devocional de mi Biblia que nosotras las mujeres nos preocupamos por el sobrepeso corporal pero que hay un sobrepeso que no es mencionado por ninguna revista y sin embargo, cuánto daño hace. Se refiere al sobrepeso de la lengua. Sí, nosotras tenemos una fama espantosa de chismosas, cantaleteras, acusadoras, etc. Claro que también hay hombres que no se nos quedan atrás. De todas maneras esta exhortación va para todos por igual. En la Biblia encontramos un sinnúmero de versículos que nos hablan de controlar las palabras. Santiago dice que la persona que controla su lengua, es capaz de controlar todo su cuerpo (Santiago 3:2). Así como una palabra amable puede levantar al caído, de igual modo una ironía puede terminarlo de hundir. En este Salmo Dios le dice al malvado: ¿Qué derecho tienes tú de recitar mis leyes o de mencionar mi pacto con tus labios? (Verso 16). Le amonesta recordándole que su proceder deja mucho que desear, pues aborrece la instrucción y no se acoge a sus palabras; se identifica con ladrones y adúlteros y da rienda suelta a sus palabras, engañando y hablando mal del prójimo, aún de su propio hermano (versos 17-20). Lo triste es que este proceder no es solamente de los impíos o de los que no conocen al Señor, ¿Cuántos andan con la Biblia debajo del brazo pero sus actuaciones son parecidas a la descrita en este Salmo? Debemos aprender a ser cuidadosos con las palabras y con los juicios que emitimos. No nos prestemos para ayudar a otros a desprestigiar, calumniar o criticar en desbandada; muy seguramente lo que estamos señalando es lo que nos está haciendo daño personal y simplemente esta actuación es un reflejo de nosotros mismos. Miramos la paja en el ojo ajeno, sin sacar primero la que nos está deteriorando. Sé que es difícil no fallar en este sentido, pero pidámosle al Espíritu Santo, de quien proviene todo buen fruto, para que nos de la sabiduría necesaria y podamos enfrentar esta imperfección, permitiendo que brote de nuestro interior la prudencia, el dominio, el buen juicio y la discreción. Llenémonos de la Palabra de Dios, para que nuestras palabras sean de amor, cordialidad, esperanza y aliento hacia el prójimo, porque “de la abundancia del corazón, habla la boca” y “cada unos se llena con lo que dice y se sacia con lo que habla” (Mateo 12:34b y Proverbios 18:20).

Un abrazo y bendiciones.

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