jueves, 18 de marzo de 2010

La gracia, regalo de Dios

De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia.

Juan 1:16.

Lectura diaria: Juan 1:1-18. Versículo del día: Juan 1:16.

ENSEÑANZA

En el Antiguo Testamento se vivía por la ley. En el Nuevo se vive por la gracia y está centrada en la persona de Jesucristo. Él es la gracia de Dios, manifestada por acción de la voluntad divina y sin que el hombre pueda hacer algo para merecerla. Lo anterior no significa que la ley quede abolida, al contrario esta gracia es el motor que nos conduce a cumplir la ley, a ser misericordiosos y llevar una vida recta. Éstas no son causa sino consecuencia inevitable de la gracia de Dios, derramada en nosotros. La gracia posibilita la fe que es la respuesta agradecida a la iniciativa de Dios. La fe es la aceptación a la gracia de Dios, pero no quiere decir que es provocada por aquella, pues es don de Dios para salvación: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es regalo de Dios, no por obras para que nadie se jacte” (Efesios 2:8-9). La vida cristiana en su totalidad está contenida en la gracia de Dios. Sin ella no existiría la santificación, crecimiento y maduración del creyente, lo cual se efectúa no a partir de la gracia, sino dentro de ella. Ser objeto de la gracia es un privilegio que no podemos desaprovechar. Toda la idea neotestamentaria de la redención y salvación gira en torno a la gracia de Dios manifestada en la vida, obra, muerte y resurrección de Cristo. Ella es la base de nuestra justificación, la verdadera buena nueva y la esencia misma del evangelio. Puesto que la gracia es un regalo de Dios para la humanidad a través de la obra redentora de su Hijo Jesús, y la tenemos a nuestra disposición, no debemos desaprovecharla. Quizá es el momento preciso porque entendemos de su importancia y de la necesidad de recibir a Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida, para entrar a formar parte del reino de Dios (Juan 1:12). Si deseas no dejar pasar esta oportunidad y empezar a gozar de los privilegios que da la gracia de Dios, te invito a orar en este momento así: Señor Jesucristo, yo reconozco que soy pecador y que nunca había entendido el regalo maravilloso de la gracia. Hoy quiero aceptarte en mi vida y recibirte como mi único Señor y Salvador. Gracias por perdonar mis pecados y por hacer de mi una nueva criatura; gracias por haberme mirado a los ojos con amor y permitir que tu gracia caiga sobre mí. En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia

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