Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.
Juan 1:12-13. NVI.
Lectura: Juan
1:1-18. Versículos del día: Juan
1:12-13.
MEDITACIÓN DIARIA
Es tan lindo y tan
convincente el Evangelio de Juan y este primer capítulo encierra tantas
verdades que no sabía cuál versículo escribir como del día. Por lo tanto, resolví
afianzar el 12 y13 puesto que son clave para aceptar a Jesús como Señor y Salvador.
Empieza el Evangelio
recordándonos que Jesucristo, el Hijo del Padre, el Verbo encarnado estaba desde
el comienzo de todas las cosas: “En el principio ya existía el Verbo, y el
Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio.
Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó
a existir” (vv. 1-3). También nos afirma que, en Él, en Jesucristo estaba la
vida, esta vida es la luz de la humanidad y resplandece de tal manera que las tinieblas
no han podido extinguirla (vv. 4 y 5). Este Verbo se hizo carne; vino al mundo
y eso es lo que vamos a celebrar en estos días: su nacimiento. A pesar de que
el mundo fue creado por Él, el mundo no lo reconoció. Los suyos, su pueblo, los
judíos no lo recibieron. Pero hay algo hermoso en el cual estamos vinculados
nosotros porque: “a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio el derecho de ser hijos de Dios” (v. 12). Por eso para volver a tener la relación
directa con el Padre Celestial, tenemos que aceptar lo que su Hijo Jesús vino a
hacer por nosotros. Su concepción por obra y gracia del Espíritu Santo, no es
mentira como tampoco lo es su muerte ni su resurrección.
Me dirijo a ti amigo que
me sigues: créeme, no hay otra manera de alcanzar la salvación si no es a
través del que vino a morir en nuestro lugar y ese es Jesús de Nazaret. Si tú
quieres ser verdadero hijo de Dios tienes que recibirlo en tu corazón. Es
sencillo, pero a la vez difícil de aceptar la humanidad, esta verdad. Tú tienes
ahorita la balanza en tus manos; tu decisión es la que va a pesar en tu vida.
Si lo deseas, hazlo muy sinceramente. Será la mejor decisión que puedas hacer; te
lo aseguro. Si ese es tu deseo, te invito a orar así:
Señor Jesucristo:
yo te necesito; te abro la puerta de mi vida y te acepto como mi Señor y Salvador
personal. Perdona mis pecados; toma el trono de mi vida y hazme la persona deseas
que yo sea. Gracias por venir a morar conmigo y gracias por perdonarme y
limpiarme. Gracias porque ahora entro a formar parte de la familia de Dios. ¡Ya
soy su hijo! Amén.
Un abrazo y bendiciones.
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