jueves, 2 de noviembre de 2017

¡Envíame a mi!

Entonces oí la voz del Señor que decía: ―¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: ―Aquí estoy. ¡Envíame a mí! 
Isaías 6:8.

Lectura: Isaías 6:1-13.  Versículo del día: Isaías 6:8.

MEDITACIÓN DIARIA

Muy seguramente también has oído la voz del Señor preguntando quién irá a predicar su mensaje pero no has querido escucharle. Creo que todos tenemos el llamado puesto que si seguimos al Señor somos sus discípulos y Él antes de su partida hacia el cielo nos ordenó: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). Es que no es si queremos, es un mandato que debemos obedecer y sin embargo nos cuesta acatar.
Sigamos el ejemplo de Isaías quien a pesar de ser un hombre de Dios y de estar sirviéndole reconoce que es pecador y de labios impuros. Aun así ve al Señor sentado en su trono y el ángel toca sus labios para borrar su maldad y perdonar su pecado. Hay momentos sublimes cuando estamos quebrantados y experimentamos la presencia de Dios de manera real en nuestras vidas. Ese encuentro le sucedió a Isaías. Vio la Gloria de Dios y seguro que de ahí en adelante su vida cambió radicalmente. Cuando experimentamos la Gloria de Dios, podemos reconocer cuan miserables somos y recibimos su perdón y purificación. Además de eso, estamos listos a responderle: “Heme aquí, envíame a mí”.

Amado Señor: En los momentos de quebrantamiento cuando ni el más leve sonido se escucha y sentimos que solamente estamos los dos, es cuando podemos vislumbrar tu gloria y tu poder al verte majestuoso sentado en el trono celestial. Si mi Dios. Creo que es ahí donde estamos más sensibles a tu voz y por ende a tu llamado. Permite buen Dios que experimentemos a menudo estos encuentros para que también no se nos olvide reconocer tu gloria y podamos exclamar sinceramente como buenos discípulos tuyos: ¡Envíame a mí!

Un abrazo y bendiciones.

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