viernes, 5 de agosto de 2016

¡Tenemos acceso directo!

Cristo, por el contrario, al presentarse como sumo sacerdote de los bienes definitivos en el tabernáculo más excelente y perfecto, no hecho por manos humanas (es decir, que no es de esta creación), entró una sola vez y para siempre en el Lugar Santísimo. No lo hizo con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su propia sangre, logrando así un rescate eterno. Hebreos 9:11-12.

Lectura: Hebreos 9:11-28.  Versículo del día: Hebreos 9:11-12.

MEDITACIÓN DIARIA

Pienso que el Señor Jesucristo, nuestro gran sumo sacerdote, tomó como sitio de su tabernáculo la cruz del Calvario; lo asemejo porque ahí fue sacrificado. Allí una sola vez y para siempre entró en el Lugar Santísimo, sólo por nosotros, para rescatarnos del infierno. “Y así como está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio, también Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan” (vv.  9:27-28).
Cuando el Señor Jesús murió el velo del templo de Jerusalén  se rasgó en dos. Ya había entrado al Lugar Santísimo el Cordero inmolado para quitar el pecado del mundo. Por lo tanto ya no existiría más la separación del hombre con Dios. Ahora ya todo corre por nuestra cuenta. Podemos proseguir la marcha reconociendo lo que Jesús hizo, hasta entrar al Lugar Santísimo. Definitivamente no existe otro camino para llegar al Padre. Cristo es nuestro Sumo Sacerdote y tenemos acceso continuamente hacia ese precioso Lugar. El templo hecho con manos humanas desaparece para dar lugar al divino; al del Verbo hecho carne, al que habitó entre nosotros.
Creo que cuando se entiende este sacrificio tan hermoso nuestro corazón se doblega y le es fácil buscar a Jesús como la puerta para llegar al cielo.

Amado Señor: Gracias por tu sacrificio en esa cruenta cruz. Gracias porque ya no necesitamos un sacerdote de éste mundo para expiación de los pecados. Te tenemos a Ti Señor y dador de vida, de sanidad, de dominio propio y de alegría. No merecíamos tanto dolor de tu parte, pero a la vez te agradecemos porque tan sublime muerte, solo tuvo un propósito: nuestra salvación. Ahora esperamos tu pronto regreso para recibirte a Ti y estar por siempre a tu lado.

Un abrazo y bendiciones.

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