jueves, 6 de febrero de 2014

Sin tener de qué avergonzarnos

Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. 
Marcos 8:38.

Lectura: Marcos 8:31-38.  Versículo del día: Marcos 8:38.

MEDITACIÓN DIARIA

Antes de decir esto, el Señor hace la invitación a seguirlo: “Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, 
que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga” (v.34).  Hay muchos que le siguen, pero a pocos les interesa comprometerse porque precisamente creen que por este hecho van a quedar en ridículo y pasan por encima del Señor sus trabajos y relaciones sociales; incluso también en ocasiones, las familiares.
Lo paradójico es que el Señor no se avergüenza absolutamente de nada de lo nuestro.  Nos ha aceptado tal como somos: con múltiples defectos y pecados; con conflictos internos, físicos y psicológicos y nunca nos dice ‘no, no eres apto para mí”.  Al revés, no deshecha a nadie.  
Así que si la gente se burla de nosotros y nos tildan de locos por decir que somos cristianos y seguir al Señor, ¿qué importa si sabemos que para Él lo somos todo y que junto con Él vamos a reinar?  ¿Qué importa no tener aquí el beneplácito del mundo si tenemos el del Rey de reyes y Señor de señores?  No hay ni habrá posición terrenal, comparable a la que nos espera en la gloria celestial.  Entonces, ¿cuál sería la vergüenza?  “para los que Dios ha llamado, lo mismo judíos que gentiles, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana” (1 Corintios 1:24-25)
Reflexionemos sobre lo anterior y pongamos en la balanza lo que nos dejaría el mundo y lo que tendríamos al lado de nuestro Salvador.  Fue tanto su amor, que dio su vida sin reclamar nada a cambio.  Nadie lo haría; solamente el Señor en su infinita misericordia lo hizo y solo con el fin de darnos vida eterna.

Amado Señor: Te damos gracias porque nos has aceptado tal como somos para llevarnos de tu mano hacia el reino tuyo.  Enséñanos a seguirte sin reparo alguno y demostrarle al mundo tu amor y compasión.  En verdad, queremos ser tus discípulos y proclamar que eres el Gran Yo Soy, el Rey del universo, Señor Majestuoso y Poderoso.

Un abrazo y bendiciones.  

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