Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en medio de esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.Marcos 8:38.
Lectura: Marcos
8:31-38. Versículo del día: Marcos 8:38.
MEDITACIÓN DIARIA
Antes de decir esto, el
Señor hace la invitación a seguirlo: “Si alguien quiere ser mi discípulo —les
dijo—,
que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga” (v.34). Hay muchos que le siguen, pero a pocos les
interesa comprometerse porque precisamente creen que por este hecho van a
quedar en ridículo y pasan por encima del Señor sus trabajos y relaciones
sociales; incluso también en ocasiones, las familiares.
Lo paradójico es que el
Señor no se avergüenza absolutamente de nada de lo nuestro. Nos ha aceptado tal como somos: con múltiples
defectos y pecados; con conflictos internos, físicos y psicológicos y nunca nos
dice ‘no, no eres apto para mí”. Al
revés, no deshecha a nadie.
Así que si la gente se
burla de nosotros y nos tildan de locos por decir que somos cristianos y seguir
al Señor, ¿qué importa si sabemos que para Él lo somos todo y que junto con Él
vamos a reinar? ¿Qué importa no tener
aquí el beneplácito del mundo si tenemos el del Rey de reyes y Señor de
señores? No hay ni habrá posición
terrenal, comparable a la que nos espera en la gloria celestial. Entonces, ¿cuál sería la vergüenza? “para los que Dios ha llamado, lo mismo judíos
que gentiles, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios. Pues la locura
de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más
fuerte que la fuerza humana” (1 Corintios 1:24-25)
Reflexionemos sobre lo
anterior y pongamos en la balanza lo que nos dejaría el mundo y lo que
tendríamos al lado de nuestro Salvador. Fue
tanto su amor, que dio su vida sin reclamar nada a cambio. Nadie lo haría; solamente el Señor en su
infinita misericordia lo hizo y solo con el fin de darnos vida eterna.
Amado Señor: Te damos
gracias porque nos has aceptado tal como somos para llevarnos de tu mano hacia
el reino tuyo. Enséñanos a seguirte sin
reparo alguno y demostrarle al mundo tu amor y compasión. En verdad, queremos ser tus discípulos y proclamar
que eres el Gran Yo Soy, el Rey del universo, Señor Majestuoso y Poderoso.
Un abrazo y
bendiciones.
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