¡Fíjense que gran amor nos ha dado el padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!1 Juan 3:1.
Lectura diaria: 1 Juan 3:1-10. Versículo principal: 1 Juan 3:1.
REFLEXIÓN
El primer paso que da el nuevo
creyente es recibir a Jesucristo como Señor y Salvador personal y en el
Evangelio de Juan hablando de Jesucristo, dice lo siguiente: “Mas a cuantos lo
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de
Dios” (Juan 1:12).
Ser hijos de Dios es el primer
beneficio que obtenemos cuando nos convertimos al Señor. Entran a morar Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Espíritu Santo. De hecho es el Espíritu
Santo quien empieza a hacer una labor dirigiéndonos por la senda correcta: “Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Romanos
8:14). El Espíritu Santo es quien nos
constriñe de pecado y nos lleva a toda verdad.
Por eso es difícil que el nuevo creyente siga pecando a sus anchas,
porque si de verdad ha tenido el nuevo nacimiento es el mismo Espíritu quien se
encarga de hacerle ver sus errores y de exclamarle: “no peques más”. “Todo el que permanece en él, no practica el
pecado” (v. 6 en la lectura). “El Hijo
de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo. Ninguno que haya nacido de Dios practica el
pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el
pecado, porque ha nacido de Dios” (vv. 8b-9).
Dios siempre aboga por la
justicia y el amor. Estos dos atributos
son claves para aquel que se llame “hijo de Dios” porque “el que no practica la
justicia no es hijo de Dios ni tampoco lo es el que no ama a su hermano” (v.
10). Como hijos tenemos grandes
privilegios, y es que no somos hijos de algún aparecido, sino nada más ni menos
que del Rey de reyes y Señor de señores.
Así que ya sabemos: si somos
hijos de Dios, actuemos como lo que somos, haciendo valer nuestros derechos
pero también cumpliendo fielmente los deberes que nos dan tremendo título.
Amado Padre: Te damos gracias por
ser tus hijos; por permitirnos conocer a tu amado Hijo y ser ahora partícipes
de tu reino celestial. Gracias bendito
Espíritu Santo por venir a llenarnos con tu presencia e interceder ante el
Padre por nosotros con gemidos indecibles.
Un abrazo y bendiciones.
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