jueves, 6 de septiembre de 2012

¡Somos sus hijos!

¡Fíjense que gran amor nos ha dado el padre, que se nos llame hijos de Dios!  ¡Y lo somos!  
 1 Juan 3:1.

Lectura diaria: 1 Juan 3:1-10.  Versículo principal: 1 Juan 3:1.

REFLEXIÓN

El primer paso que da el nuevo creyente es recibir a Jesucristo como Señor y Salvador personal y en el Evangelio de Juan hablando de Jesucristo, dice lo siguiente: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12).
Ser hijos de Dios es el primer beneficio que obtenemos cuando nos convertimos al Señor.  Entran a morar Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.  De hecho es el Espíritu Santo quien empieza a hacer una labor dirigiéndonos por la senda correcta: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Romanos 8:14).  El Espíritu Santo es quien nos constriñe de pecado y nos lleva a toda verdad.  Por eso es difícil que el nuevo creyente siga pecando a sus anchas, porque si de verdad ha tenido el nuevo nacimiento es el mismo Espíritu quien se encarga de hacerle ver sus errores y de exclamarle: “no peques más”.  “Todo el que permanece en él, no practica el pecado” (v. 6 en la lectura).  “El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo.  Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido de Dios” (vv. 8b-9).
Dios siempre aboga por la justicia y el amor.  Estos dos atributos son claves para aquel que se llame “hijo de Dios” porque “el que no practica la justicia no es hijo de Dios ni tampoco lo es el que no ama a su hermano” (v. 10).  Como hijos tenemos grandes privilegios, y es que no somos hijos de algún aparecido, sino nada más ni menos que del Rey de reyes y Señor de señores.
Así que ya sabemos: si somos hijos de Dios, actuemos como lo que somos, haciendo valer nuestros derechos pero también cumpliendo fielmente los deberes que nos dan tremendo título.

Amado Padre: Te damos gracias por ser tus hijos; por permitirnos conocer a tu amado Hijo y ser ahora partícipes de tu reino celestial.  Gracias bendito Espíritu Santo por venir a llenarnos con tu presencia e interceder ante el Padre por nosotros con gemidos indecibles.

Un abrazo y bendiciones.

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