Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo.1 Reyes 19:12.
Lectura diaria: 1 Reyes 19:1-18. Versículo principal: 1 Reyes 19:12.
REFLEXIÓN
A veces creemos que las
tempestades no pasarán y al igual que le sucedió a Elías el profeta, ante tanta
presión y amenaza, resultamos reclamando y peleando con Dios. En medio de su desilusión y cansancio por
correr de un lado para otro, evadiendo a Jezabel esposa del rey Acab de Israel
quien quería matarlo, le dice a Dios: “¡Estoy harto, Señor! –Protestó–. Quítame la vida, pues no soy
mejor que mis antepasados” (v.4b). El
Señor no había abandonado a Elías como tampoco nos abandona a nosotros;
solamente quería hacerle saber que a pesar de las dificultades, Él estaba allí
y que iba a manifestar su grandeza y poder en medio de la calma, cuando él
también hubiera aprendido a calmarse y permitir que su suave fragancia lo
envolviese.
Así, con esa delicadeza obra
nuestro amado Jesús; en tiempo de reposo y quietud puede hablarnos más
tranquilo y sosegadamente porque sabe que el corazón está dispuesto a escuchar. Cuántas veces corremos sin parar, casi que
dando vueltas sobre lo mismo, hasta que resolvemos detenernos, respirar y
permitir que el Señor se manifieste en medio del suave murmullo.
Si estamos en esa situación:
cansados de trasegar de un lugar a otro; de no encontrar solución a los
problemas que nos aquejan; de ir allí y más allá con Hojas de Vida que no
obtienen respuesta; de combatir la rebeldía de alguno de los hijos, etc., etc.,
paremos. Hay que hacer un alto en el
camino, reposar y mirar a quien debemos dirigirnos siempre: al Señor
Jesucristo, Él no puede manifestarse abiertamente en los vientos recios, ni en
los terremotos ni el fuego porque de seguro, allí no lo vamos a escuchar. Hay que sentarnos debajo de un arbusto,
alimentarnos de su Palabra y tomar del agua de vida que se nos ofrece, para
retomar nuevas fuerzas y continuar por la ruta trazada por nuestro Salvador. Ahí entonces, lo escucharemos.
Amado Señor: Gracias porque a
pesar de las aflicciones, siempre Tú buscas el momento preciso para hablarnos y
hacernos entender que estamos en tus manos.
Gracias porque en el suave murmullo te podemos encontrar.
Un abrazo y bendiciones.
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