¡Pídanle al Señor que llueva en primavera! ¡Él es quien hace los nubarrones y envía los aguaceros! ¡Él es quien da a todo hombre la hierba del campo!Zacarías 10:1.
Lectura diaria: Zacarías
10:1-12. Versículo principal: Zacarías
10:1.
REFLEXIÓN
El Señor está pendiente de todo
lo que concierne con sus hijos. Es quien
provee tanto calor y abrigo, como lluvia y hierba verde para que los campos
puedan dar sus productos en el tiempo correcto.
Nada se escapa de sus manos. Su
rebaño no tiene que temer porque si anda disperso agobiado y solo, hay una
promesa: “Ciertamente el Señor Todopoderoso cuida de Judá, que es su rebaño”
(v. 3b).
Nosotros somos su pueblo, somos
su Judá y así tenga que ir hasta Egipto o Asiria para rescatarnos: “Los traeré
de Egipto, los recogeré de Asiria” (v. 10), lo hará porque ya somos las ovejas
de su prado y nada ni nadie nos arrebatará de su mano. “Yo los llamaré y los recogeré cuando los
haya redimido” (v. 8). El pueblo de
Israel vivió por 430 años bajo el yugo de la esclavitud de Egipto, hasta que
Moisés vino a liberarlos y sacarlos de allí.
Más tarde también tuvieron que someterse a la esclavitud de Asiria por
causa de su desobediencia. Si pensamos
que los tiempos han cambiado estamos equivocados. Somos iguales de tercos y desobedientes al
pueblo de Israel.
¿Cuántos yugos pesan sobre
nuestros hombros que no nos dejan vivir en libertad? El yugo del pecado bajo sus diferentes
modalidades como la mentira, el robo, la violencia, la inmoralidad sexual,
etc., se cargan y se nos olvida que
nuestro Gran Libertador ya pagó un precio por ellos. Sin embargo, volvemos a echárnoslos encima sin
recordar la invitación de nuestro Salvador: “Vengan a mí todos
ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy
apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mateo 11:28-30).
Busquemos la
ayuda del Espíritu Santo para no satisfacer los deseos de la carne (Gálatas
5:16), y sometámonos a Dios para que el diablo huya de nosotros (Santiago 4:7).
Empapémonos de su Palabra para serle obedientes y no permitir que ningún yugo
de esclavitud nos perturbe y dañe la relación con nuestro Amado Pastor. Él nos está continuamente cuidando y
atrayéndonos nuevamente con brazos de amor. Nos da la lluvia en primavera, para
que volvamos a reverdecer espiritualmente a su lado.
Amado
Señor: Gracias porque jamás nos dejas. Tu amor y misericordia es tan grande que a
pesar del pecado que habita en nosotros, estás siempre ahí, dispuesto a
sacarnos avante y volvernos a llevar a tu redil.
Un abrazo y
bendiciones.
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