sábado, 2 de abril de 2011

Lo que tengo para dar

–No tengo plata ni oro –declaró Pedro–, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!
Hechos 3:6.


Lectura diaria: Hechos 3:1-26. Versículo para memorizar: Hechos 3:6.


ENSEÑANZA


Me gusta muchísimo el versículo del día, porque me recuerda claramente las palabras de mi sobrino hace un poco más de ocho años. Estábamos en mi hogar pasando una situación bastante crítica en el área económica y encima me agobiaba una cirugía de mi padre quien se hospedaba por esos días en nuestra casa, más la enfermedad terminal de mi Andrés. Mirando el retrovisor no tengo palabras para agradecerle a nuestro amado Señor, de habernos permitido salir avante de tanta aflicción. Gracias a Dios por todo lo que aprendí, golpe tras golpe. Bueno, el caso es que mi querido sobrino había sido muy claro en su llegada a Bogotá en el mes de mayo: “tía, por favor no quiero que me hables de Dios ni me vayas a invitar a tus reuniones”. Así lo hice. Solamente junto con los míos, nos dedicamos a orar fuertemente por él. Las veces que alguien fue a visitarlo o a orar a su casa nunca fue por iniciativa mía; sin embargo, como hay una promesa y no somos nosotros quienes hacemos la obra, sino el Señor, al final de octubre de ese año, mi sobrina me buscó incansablemente hasta lograr hablar conmigo y decirme: “Tía, Andrés quiere que seas tú quien lo acompañes al médico; desea estar contigo”. Eso fue como a las 6.00 a.m., me arreglé como pude y salí dejando todo en el apartamento a la de Dios, incluido mi papá. Mis hijos que sabían del asunto, me apoyaron con sus oraciones. Gracias a Dios por la comprensión de mi esposo y todos ellos. Tenía muy claro para qué me necesitaba él, no tenía ni oro ni plata para ofrecerle, pero tenía Palabra de Dios para compartirle. Así fue: sus palabras fueron: “Tía, háblame de Dios”. Fueron como un bálsamo para mis oídos, lo que ansiaba desde hacía tanto escuchar. Solo puedo decir que a los veinte días, mi sobrinito querido se fue a gozar de la presencia del Señor. No pude asistir a su entierro y lo lloré como si hubiese sido otro de mis hijos, pero con la gran satisfacción de haberle podido ofrecer lo que yo tenía. Les comparto este testinonio porque he aprendido que no necesitamos tener en abundancia ni ser poderosos para brindar a otros, lo que Dios nos ha regalado y sin merecerlo: la salvación. Piensa hoy, ¿qué puedo ofrecerle a mi prójimo? Estarán ansiosos de oírte, de verte una sonrisa, o de escuchar un “Dios te bendiga”, o quizá de recibir un fuerte abrazo.


Uno de los propósitos de Dios en mi vida es que ofrezca, lo que Él me ha dado a mí: la vida eterna. El versículo 19 dice: “Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor”. ¿Deseas aceptarla? Te invito a orar así:


Señor Jesucristo. Te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Perdona mis pecados y hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias Señor por entrar en mí, por perdonarme y darme la vida eterna. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: