jueves, 28 de abril de 2011

La imparcialidad de Dios

Con Dios no hay favoritismos.
Romanos 2:11.


Lectura diaria: Romanos 2:1-24. Versículo para memorizar: Romanos 2:11.


ENSEÑANZA


Puesto que con Dios no hay favoritismos y todos ante Él somos iguales, debemos tener cuidado con la arrogancia y creer que porque conocemos el evangelio, somos más que los demás. ¡De ninguna manera! No estamos exentos de caer, por eso no debemos juzgar: “Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas” (v. 1). No podemos desconocer la bondad de Dios deseando que todos lleguen al arrepentimiento; Él es un Dios compasivo, tolerante y paciente (v. 4). Continúa Pablo en su carta a los Romanos diciendo que si acaso enseñamos a otros, ¿no aprendemos también? (v. 21) ¡Absolutamente! El que enseña aprende doble, dice el refrán y más tratándose de la ética cristiana, pues en últimas nunca dejamos de aprender porque la Palabra de Dios es inagotable y el Espíritu Santo siempre está ahí presente para dirigir y redargüir. Ahora bien, si contradecimos lo que enseñamos nos convertimos en mentirosos y llegamos a ser piedra de tropiezo para otros. Debemos ser muy cuidadosos en la materia, puesto que nuestro testimonio de vida es fundamental para los inconversos; de otra manera estaríamos blasfemando el nombre de Dios. Tampoco quiere decir lo anterior, que seamos infalibles y nunca pequemos, sería una mentira decirlo; gracias a Dios tenemos la confesión como medio de sustitución (1 Jn. 1:9). Lo importante es no hacerle cama al pecado. Recién convertida al Señor me enseñaron lo que se llamaba “la respiración espiritual”. “La respiración espiritual, como la respiración física”, dijo el doctor Bill Bright, fundador de Cruzada Estudiantil para Cristo, “es un proceso de exhalar lo impuro e inhalar lo puro, un ejercicio en la fe que lo capacita para que experimente el amor y el perdón de Dios y para que ande en el Espíritu como un modo de vida”. Al confesar nuestros pecados en oración al Señor, estamos exhalando eso que nos hace daño e inhalamos, al pedirle al Espíritu Santo que retome el control de nuestra vida y nos dé el poder para no pecar más. Esa inhalación es el oxígeno que nos permite vivir espiritualmente. Hay que aprender a utilizar este proceso para desechar lo malo y retener lo bueno en nuestro andar cristiano y durante ese andar, entender que para Dios no existe exención de personas. El Señor está presto a brindar su amor y compasión a quien se acerque a Él. Si nunca has tenido la oportunidad de conocerle y experimentar la vida con propósito que ofrece, te invito a orar así:


Amado Jesús: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Ven a mí, perdona mis pecados y hazme la persona que quieres que yo sea. Gracias Señor por venir a morar conmigo; por perdonarme y limpiarme de mi maldad, y por darme todo el poder de tu Santo Espíritu para conducirme correctamente. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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