lunes, 7 de febrero de 2011

Soberanía de Dios frente a la enfermedad

Tú me devolviste la salud y me diste vida. Sin duda fue para mi bien pasar por tal angustia.
Isaías 38:16b-17.


Lectura diaria: Isaías 38:1-22. Versículos para memorizar: Isaías 38:16b-17.


ENSEÑANZA


En el caso del rey Ezequías de Judá, el Señor le avisó que iba a morir tras una enfermedad, lo cual le produjo una gran angustia. No en todos los casos el Señor le anuncia a un enfermo que va a morir por lo menos Ezequías tuvo este privilegio y pudo con humildad acercarse a su Dios y pedirle sanidad.

¿Quiénes somos nosotros, para decirle todavía no, Señor? Incluso muchas veces oramos por sanidad física en las personas y más rápido se mueren. Dios es soberano ante la muerte y lo único que nos queda es acatar sus designios por fuertes que sean.

Personalmente y como testimonio le doy gracias al Señor por mi vida, porque como Ezequías puedo escribir: “Tú me devolviste la salud y me diste vida, sin duda fue para mi bien pasar por tal angustia”.


No sucedió así con mi amiga Virginia. Mis devocionales diarios es para compartirles a ustedes tanto lo que Dios me enseña cada día, como testificar sobre mi vida cotidiana.

Hace poco más de un año, vino a mi casa una gran señora. Dos días fue su estadía y esos dos días fue mi acompañante a las radioterapias que me estaban realizando, admirada según sus palabras de mi fortaleza ante los hechos, sin imaginarse que al cabo de un año largo, ella estaría en peores condiciones. Más tarde nos dirigimos a la embajada de España a realizar una diligencia, motivo de su visita a Bogotá. Estaba haciendo frío y yo estaba entumecida. Ella sin tener nada más sobre sus hombros, tomó su chal y me dijo: “Dora, póngase esto, que yo no siento frio”. Su actitud me conmovió. Hoy estoy triste, esta gran señora murió ayer. Virginia, en memoria tuya, ayer me coloqué el chal.

Si estás leyendo este devocional, lo único que tengo para decirte es que ante la voluntad de Dios nadie se puede oponer. Si es su designio, como en el caso de Ezequías o el mío, te sana, y si no, te lleva. Quizá nunca le has dicho a Jesús que tome tu vida. Te invito a hacerlo; no lo dejes para mañana, puede ser tarde. Por favor dile así:


Señor Jesús: Yo te necesito y te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador personal. Sé que moriste en una cruz por mí y pagaste por todas mis ofensas. Gracias por perdonarme y limpiarme, por darme una nueva vida contigo y por darme todo el poder de tu Santo Espíritu. En tu nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.


Homenaje póstumo: Mi querida Virginia, dejaste una huella imborrable en mi vida y me diste una lección para aprender. Mi tristeza es porque deseaba despedirme de ti y no se pudo. Te veré en el cielo cuando el Señor también me llame a su presencia.

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