viernes, 18 de febrero de 2011

La realidad de la muerte

Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por igual, y que sus riquezas se quedan para otros.
Salmo 49:10.


Lectura diaria: Salmo 49:5-20. Versículo para memorizar: Salmo 49:10.


ENSEÑANZA


Deberíamos acostumbrarnos a ver la muerte con los mismos ojos que vemos un nacimiento. Desafortunadamente, por lo general todos evadimos ese tema y si existe una realidad tan palpable y cierta es precisamente la muerte.

La muerte entró al mundo con el pecado de Adán y Eva; tanto la física como la espiritual y la naturaleza pecaminosa del hombre es la que más influye en el temor a morir. El hombre está compuesto de: cuerpo, alma y espíritu; puede estar lleno o sentirse completo en cuerpo y alma, pero en espíritu todos tenemos un vacío. Blas Pascal lo definió muy bien: "En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús”.

Solamente cuando entendemos lo que Jesús vino a hacer por nosotros y le recibimos sinceramente en el corazón como Señor y Salvador, podemos llenar esa área vacía porque a través de Jesucristo ya no habrá la muerte espiritual que es en últimas la que nos debe asustar. Dice Pablo que los que mueren o muramos con Cristo, estaremos como dormidos y resucitaremos para gloria eterna. Además desde el mismo momento en que se produzca el deceso, iremos directamente a la presencia del Señor.

Nos habla el capítulo de lectura que de nada sirven las riquezas porque a la hora de la muerte, quedan atrás los lujos y el esplendor de las casas con sus grandes mansiones. Tampoco se llevarán a la tumba logros y honores, nada desciende con la muerte, todo se quedará aquí y otros disfrutarán los bienes (vv. 10b, 16-17). El hombre, como cualquier animal perecerá también. Lo anterior no quiere decir que la persona viva en la más absoluta pobreza, no. Como buen administrador de lo que Dios le ha dado debe vivir; lo que no puede es poner sus riquezas y fama por encima de Dios.


Si se teme a la muerte, la solución está al alcance: el amor de Dios es para toda la humanidad sin distingos de clase, edad, religión, idioma ni color. No le importó entregar a su Hijo único para que nadie perezca sino que todos lleguen a la salvación. Si tu deseo es aceptar ese amor que Dios te está brindando, te invito a orar así:


Amado Dios: Gracias por haber mandado a tu Hijo Jesús a morir en mi lugar. Señor Jesús, reconozco que soy pecador y que tu bendita sangre me limpia de toda maldad, toma mi vida y haz conmigo la persona que deseas que yo sea. Gracias Señor porque ahora se, que viviré siempre contigo así físicamente muera. En el nombre Jesús, amén.


Un abrazo y bendiciones.

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