jueves, 10 de febrero de 2011

Escogidos por Dios

Te tomé de los confines de la tierra, te llamé de los rincones más remotos, y te dije: “Tú eres mi siervo”. Yo te escogí no te rechacé.
Isaías 41:9.


Lectura diaria: Isaías 41:8-14. Versículo para memorizar: Isaías 41:9.


ENSEÑANZA


En el Antiguo Testamento, Dios le hablaba a su pueblo Israel; en el Nuevo, ese Israel viene a ser cada uno de nosotros, los que conformamos su Iglesia. La Palabra de Dios es una sola, no la podemos partir, tanto Antiguo como Nuevo Testamento, tienen promesas para los hijos de Dios, las cuales debemos apropiarnos.

El Señor Jesucristo, la piedra angular que rechazaron los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo (Hch. 4:11). La Iglesia está cimentada sobre esa piedra y conocer a Jesucristo como Él es en realidad, nos lleva a encontrar un Dios amoroso, listo a perdonar y olvidarse por completo de nuestros pecados; entonces, es cuando entendemos que no hicimos nada para merecer tanta gracia. Ya no somos extraños ni aparecidos sino miembros de la familia de Dios, constructores del edificio bien armado (Ef. 2:19-21). Es algo difícil de entender, pero al recibir a Cristo como Señor y Salvador personal, Dios nos toma como hijos (Jn. 1.12), sin importar la clase de personas que hayamos sido. Venimos a gozar de los privilegios que tenemos como tales. Todas sus promesas son para nosotros.

En el Nuevo Testamento, Jesús nos dice en el evangelio de Juan que es el evangelio del amor, lo siguiente: “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure” (Jn. 15:16). Creemos muchas veces que fuimos nosotros quienes le buscamos y así no es. El Señor inclusive cambia esa palabra de “siervo” y la vuelve como “amigo” (Jn. 15:15), para que exista una relación más personal.


El Señor te está diciendo hoy: “Tú eres mi siervo, pero te amo tanto que deseo seas mi amigo”. Déjate cautivar por Jesús. Si le rechazas estás cometiendo el peor de los absurdos. Él es Dios, al igual que el Padre y el Espíritu Santo y cuando le recibes en tu corazón, vienen a morar los tres. Él te está trayendo a sus brazos desde los confines de la tierra. Si es tu deseo entregarle tu vida a Cristo, podemos hacer la siguiente oración:


Amado Padre celestial: reconozco que me has estado buscando de diversas maneras pero he sido indiferente hacia ti. También entiendo que Jesús, es la piedra rechazada por muchos y yo no quiero ser parte de ellos. Por eso Jesús, humildemente te pido que vengas a mí, perdones mis pecados y me hagas parte de tu iglesia. Gracias Señor, por entrar en mi vida, por perdonar mis pecados y por sacarme de la nada para darme la salvación, y todo el poder de tu Santo Espíritu. En el nombre de Jesús, amén.


Te busqué, te encontré y ahora, “Yo soy quien te dice: No temas, yo te ayudaré. El Santo de Israel es tu redentor” (vv. 13b y 14b).


Un abrazo y bendiciones.

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