domingo, 16 de mayo de 2010

Integridad mientras se alcanza la gloria futura

Quiero conducirme en mi propia casa con integridad de corazón. No me pondré como meta nada en que haya perversidad.

Salmo 101:2b-3.

Lectura diaria: Salmo 101:1-8. Versículo del día: Salmo 101:2b-3.

ENSEÑANZA

Haciendo un compendio de mis lecturas diarias dentro de mi devocional (Sal. 101 y Ro. 8), llegué a la conclusión siguiente: A pesar de todas las aflicciones por las que pueda pasar en este mundo, siempre debo conducirme de la mejor manera porque esto agrada a Dios y porque en últimas nada se compara con la gloria futura que es mi verdadera esperanza (Ro. 8:18). Del mismo modo entiendo que el primer lugar que necesita mi testimonio debe ser mi casa. Es aquí donde mi esposo y mis hijos necesitan un apoyo espiritual lleno de amor convincente que les ayude a minorar sus cargas también. Mi fortaleza se convertirá en su fortaleza; mi respeto, en el suyo; y mi comprensión y tolerancia, serán las de ellos. Debo aprender a gobernar bien mi casa (1ª.Ti. 3:4); ser luz que resplandezca en cada rincón, para luego sí salir con decisión y ejemplo a llevar a otros hacia Cristo (mi Jerusalén es mi hogar y de ahí en adelante Judea, Samaria, etc.). De igual manera pienso que Dios tiene un propósito conmigo, quizá aún no me ha sido revelado pero si sé que dispone todas las cosas para mi bien, es porque lo tiene aunque no lo vea por ahora. Si le busco y me comporto con integridad de corazón, no tengo que temerle al enemigo, Él luchará por mí porque “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? Gracias doy a Dios quien es el que me justifica y cuando los demás me acusan y condenan, Cristo Jesús, se levanta y aboga intercediendo por mí a la derecha del Padre, y nada ni nadie podrá ya separarme de su bendito amor (Ro. 8:28-39). Amado Padre: Gracias por haberme escogido como tu hija amada. Enséñame a conducirme con integridad de corazón en todo lugar especialmente en mi hogar, sabiendo que en cualquier situación que me encuentre, ahí estás tú, defendiéndome y velando por mí hasta que llegue la hora de ver la gloriosa esperanza de la que me haces partícipe. En el nombre de Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

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