viernes, 25 de diciembre de 2009

Hemos visto su salvación

Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

Lucas 2:30-32.

Lectura diaria: Lucas 2:21-40. Versículo del día: Lucas 2:30.

ENSEÑANZA

Sería muy necio negar la obra redentora de Dios a través de su Hijo Jesucristo. Jesús, el Verbo de Dios encarnado, su nacimiento, ministerio, pasión, muerte y resurrección son innegables. Suponiendo el caso que todo hubiese sido mentira, sería mucho mayor el bien que le ha hecho a la humanidad que el mal. Pero por algo, dividió la historia en dos: antes de Cristo y después de Cristo. El Verbo aún antes de encarnarse y esto sin la intervención de un padre humano, tuvo su existencia eterna junto al Padre y fue mediador de la creación. Este Jesús entonces, que era y es Dios venido en carne, es el único capaz de salvar del pecado: “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). “De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Vino a su pueblo como el Mesías, el Hijo de David, y trajo la redención aunque esta no se ajustaba a la expectativa judía. Más que caudillo militar, asumió el papel de cordero, de propiciador; por ende, gracias a su obediencia Dios el Padre, lo ha exaltado y constituido sumo sacerdote de su nuevo pueblo, cabeza de la Iglesia, y Señor del Universo. Si sabes que Jesús es el Hijo de Dios pero nunca lo has visto con los ojos de tu corazón, te invito a dos cosas: primero, que entiendas lo que dice la Biblia al respecto en la carta los Romanos 2:9-10: “Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo”. Y segundo, ya que espero lo hayas entendido, a hacer la siguiente oración: Señor Jesús, hoy confieso con mi boca creyendo en mi corazón que tú eres el Hijo de Dios, nacido de una virgen, humildemente en un pesebre, que padeciste para llevar a cuestas todos mis pecados, transgresiones y adversidades y que Dios te levantó de los muertos; por eso confieso y creo que tu bendita sangre me limpia de todos mis pecados y que haces de mi, una nueva creatura. Te doy infinitas gracias por entrar en mi vida, perdonar mis pecados y darme una salvación eterna. En tu nombre Jesús, amén.

Un abrazo y bendiciones.

Bibliografía: Diccionario Ilustrado de la Biblia


¡FELIZ CUMPLEAÑOS, SEÑOR JESÚS!


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