jueves, 4 de noviembre de 2021

Hay que declararlo para ser salvos

Esta es la palabra de fe que predicamos: que, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. 

Romanos 10:8-9. NVI.


Lectura: Romanos 10:1-13.  Versículo del día: Romanos 10:8-9.


MEDITACIÓN DIARIA


Dice la lectura que Cristo es el fin de la ley. Él ya cumplió el propósito por el cual se entregó la ley y, por lo tanto, todos los que creen en Él, son hechos justos a los ojos de Dios (v. 4). Si dices no conocer el mensaje, aquí te lo transmito: “En realidad, dice: El mensaje está muy al alcance de la mano, está en tus labios y en tu corazón. Y ese mensaje es el mismo mensaje que nosotros predicamos acerca de la fe” (v. 8 NTV). Si declaras abiertamente que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. “Pues es por creer en tu corazón que eres hecho justo a los ojos de Dios y es por declarar abiertamente tu fe que eres salvo” (v.10). La Palabra de Dios es muy clara y aquí no hay vuelta de hoja, es tal cual como nos lo está diciendo. Hace poco escuché a una persona que dijo que todos íbamos para el cielo; no lo creo. Es creyendo en el corazón y expresándolo con la boca. No hay otra manera. El Evangelio de Juan también nos afirma que Jesús, era ya la luz del mundo y todo fue hecho por Él; vino al mundo, pero el mundo no lo reconoció. Los suyos no lo recibieron: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12). Entonces, hay que recibir a Jesús en el corazón para ser salvos; para ir al cielo; para ser hijos de Dios.

Te invito a orarle; si nunca has declarado con tu boca lo que Él es y lo que vino a hacer por ti, te sugiero que lo hagas. Si te parece podemos orar así:


Señor Jesús: te necesito; sé que Eres el Hijo de Dios que viniste a este mundo a pagar por mis pecados. Hoy, confieso abiertamente que Eres el Señor y creo que Dios te levantó de entre los muertos. Toma mi vida; te abro la puerta y te recibo como mi Señor y Salvador personal. Haz de mí la persona que deseas que yo sea. Te doy gracias por perdonar mis pecados y darme una vida eterna a tu lado.


Un abrazo y bendiciones.

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