Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.
Hebreos 4:16. NVI
Lectura: Hebreos 4:14-16. Versículo del día: Hebreos 4:16.
MEDITACIÓN DIARIA
A veces pasamos una y
otra vez por encima de determinados versículos sin la mayor atención. Y el del
día, es uno de esos; quizá el Señor me quería hablar en el momento propicio y ayer,
después de la predicación en mi Iglesia, sí que le hallé significado.
Cuando recibimos al Señor
Jesús en nuestras vidas, tenemos la plena seguridad de su bendita gracia, que
siempre nos acompaña y por ende sabemos que nos ha regalado la salvación. Y no
una parte de la salvación o una incompleta. Miremos lo que nos afirma la
Palabra de Dios más adelante en el mismo Libro de Hebreos: “Como Jesús
permanece para siempre, su sacerdocio es imperecedero. Por eso también puede
salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive
siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:24-25). ¡Qué belleza de Dios
tenemos! Ahora entiendo más, el porqué, nosotros no perdemos la salvación. No
quiere decir que no tengamos tentaciones y no caigamos; claro que sí. Pero hay
algo extraordinario en esto: El Señor no nos deja caídos, porque primero que
todo, está el Espíritu Santo que intercede por nosotros en nuestra debilidad con
gemidos indecibles (Romanos 8:26). También, nuestro buen Jesús que ejerce un
sacerdocio imperecedero, vive siempre intercediendo por nosotros. De ahí
que nos exhorta a acercarnos confiadamente al trono de nuestro Dios amoroso,
para que Él en su misericordia y bondad nos ayude en el momento que más la
necesitemos. Y lógico los momentos más difíciles, creo yo, son los de resistir
la tentación; pero ahí está nuestro buen Señor, por eso también nos afirma: “Te
basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios
12:9a. NBLA). Así es, su gracia es todo lo que necesitamos, nada más, ¡su
bendita gracia! ¡Gloria a Dios! Como decía Pablo, me gloriaré en mi debilidad
para que se manifieste el poder de Cristo en mí.
¡Oh gran Señor y
Dios bueno! Entender tu bendita gracia de esta manera es descargarnos
completamente en Ti; es despojarnos del peso de la culpa que nos agobia.
Gracias, gracias Señor por enseñarnos a verla a tu manera, no a la nuestra
donde le ponemos peros y trabas. No tenemos por qué acercarnos al trono de tu
gracia con temor y desconfianza. Tú nos has abierto de par en par las puertas del
Lugar Santísimo para entrar con plena libertad y hablar Contigo como con el
Mejor de los Amigos. ¡Tu superabundante gracia, lo es todo!
Un abrazo y bendiciones.
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