lunes, 17 de febrero de 2020

Por su obediencia, Él exaltado; por su obediencia, nosotros salvos


Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. 
Filipenses 2: 9-11. NVI.

Lectura: Filipenses 2:1-11.  Versículos del día: Filipenses 2:9-11.

MEDITACIÓN DIARIA

El apóstol Pablo nos afirma que debemos proceder como lo hizo el Señor Jesús. Él siendo Dios, no se aferró a esto, sino que por el contrario se rebajó voluntariamente tomando la naturaleza de siervo para hacerse semejante a los seres humanos y por eso se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte y no cualquier muerte; la más denigrante y humillante en ese entonces, que era la muerte de cruz (vv. 5-8). Recordemos lo profetizado por Isaías donde nos habla sobre el sufrimiento del Señor: “Creció en su presencia como vástago tierno, como raíz de tierra seca. No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable. Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados (Isaías 53:2-5). No fue cualquier sufrimiento, fue el peor y más cruel vivido por hombre alguno. A pesar de que a lo largo de la historia se han visto a hombres dar su vida por otros, ninguno puede decir que padeció lo mismo de Cristo Jesús: fue menospreciado, escupido, azotado, humillado, avergonzado. Nadie, absolutamente nadie ha pasado este mismo proceso; solo Jesús se hizo siervo para llevar sobre sus hombros, el pecado de toda la humanidad; no tenía por qué hacerlo siendo Dios, pero lo hizo obedientemente por amor. Lo hizo por ti y por mí.
Precisamente por su obediencia, Dios le concedió un puesto entre los grandes (Isaías 53:12). Y nos lo confirma aquí Pablo en la Carta a los Filipenses. Llegará el momento y quizá muy pronto según los teólogos, en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor. Sí, nuestro Jesús es el Rey de reyes y Señor de señores. Que su actitud nos sirva de ejemplo para aprender a bajar la cabeza y amar al prójimo como el mismo Señor nos dio el ejemplo. Todo el que se humilla será exaltado (Mateo 23:12).

Amado Jesús: Por tu obediencia fuiste exaltado hasta lo sumo; por tu obediencia nosotros somos salvos. Gracias bendito Señor por todo lo hecho en esa cruenta cruz. Gracias porque bien hubieras podido no aceptar ese sacrificio tuyo, pero tu amor por la humanidad pesó más que tu misma condición de Dios. Señor, permite que aprendamos a dar a los demás esa clase de amor que nos dejaste como ejemplo. Haznos humildes de corazón para amar incluso a los que nos hacen daño. ¡Te alabamos y adoramos bendito Jesús!

Un abrazo y bendiciones.

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