lunes, 7 de octubre de 2019

Necesitamos humildad para reconocer que somos pecadores


Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. 
Lucas 18:14. NVI.

Lectura: Lucas 18:9-14.  Versículo del día: Lucas 18:14.

MEDITACIÓN DIARIA

A veces creemos que por ser cristianos o porque conocemos bastante de la Biblia somos mejores que otros y ¡cuán errados estamos! No pensemos que el Señor enseño esta parábola que es la del fariseo y el recaudador de impuestos, solamente porque se ajustaba a la situación de aquella época. En estos tiempos y en pleno siglo XXI sucede exactamente lo mismo. De por sí, hay iglesias que menosprecian a algunos de sus feligreses mirándolos con ojos acusadores, como si todos no fuésemos exactamente iguales de pecadores.
La semana pasada se dio el caso en Texas, de un joven cristiano que perdonó y abrazó a la exagente de policía que mató por equivocación a su hermano Botham en el 2018. Este joven hizo llorar a los presentes porque mientras en la sala todos pedían más condena para la mujer, él valientemente los enfrentó haciéndoles caer en cuenta que todos somos pecadores. Según la prensa, se dirigió a Amber, la expolicía, con lágrimas en los ojos diciéndole: ‘ni siquiera quiero que vayas a la cárcel. Quiero lo mejor para ti, porque sé que eso es exactamente lo que Botham querría y lo mejor sería dar tu vida por Cristo. Te amo como persona y no te deseo nada malo’. Así es: todos somos pecadores. Estoy convencida que el cielo estará lleno de pecadores, pero pecadores justificados solamente por la sangre de Cristo. Esto nos confirma la parábola de la lectura. No podemos darnos golpes de pecho tratando de convencer a Dios que somos menos pecadores como lo hizo el fariseo. A su casa volvió el recaudador de impuestos justificado ante Dios porque se humilló y reconoció su pecado mientras que el otro se creía muy santo y cumplidor de la ley.

Amado Señor: gracias porque cada día nos enseñas más; unas veces con tu misma Palabra y otras a través de testimonios como el del joven de Texas, narrado. ¡Gracias por este joven Señor! Enséñanos no solamente a perdonar sino también a no dejar que nuestro ego se suba y pase los límites, sin darnos pie para aprovechar las ocasiones y hablar de ti por donde quiera que vayamos. ¡Te amamos Señor!

Un abrazo y bendiciones.

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