Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: —Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Juan 8:7. NVI.
Lectura: Juan
8:1-11. Versículo del día: Juan 8:7.
MEDITACIÓN DIARIA
Esto fue lo sucedido a la
mujer adúltera cuando los maestros de la ley y fariseos la llevaron ante Jesús
para que Él la condenara. Tal pareciera que el tiempo no ha transcurrido.
Seguimos viendo hombres que se creen superiores y con derecho a hacer lo que
bien les parezca con las mujeres, pero sí están listos a poner el dedo acusador
sobre ellas. Bien vale la pena recordar la poesía de Sor Juan Inés de la Cruz: “Hombres
necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo
mismo que culpáis”. Hombres bien machistas y ególatras; solo ven lo que les
conviene en su mundo lleno de ambiciones personales y egoístas, menospreciando
a las mujeres y culpándolas por lo que ellos mismos hacen.
El Señor les dijo muy
claro a los eruditos del pueblo judío: el que se crea libre de pecado, que tire
la primera piedra. Ninguno pudo acusarla; todos eran pecadores igual que ella.
La Palabra de Dios nos dice que todos somos pecadores: “No hay un solo justo,
ni siquiera uno” (Romanos 3:10); “pues todos han pecado y están privados de la
gloria de Dios” (Romanos 3:23), por lo tanto, todos necesitamos un Salvador.
Precisamente para eso vino Jesús al mundo, para librarnos de la carga del
pecado y del infierno. Dios es tan inmensamente bueno y misericordioso que, a
pesar de ser pecadores, mandó a su Hijo a morir por nosotros (Romanos 5:8). La
única manera de quitarse la ropa sucia, sea hombre o mujer, es aceptando el
sacrificio de Jesús en la cruz. Él ya pagó y solamente tenemos que decirle con
nuestras propias palabras que lo necesitamos. Si tu intención es hablar con
Jesús, te puedo guiar para que le digas así:
Señor Jesucristo:
yo te necesito. Reconozco que soy pecador y te acepto en mi vida como Señor y
Salvador personal. Hazme la persona que deseas que yo sea. Gracias por
perdonarme y limpiarme. Gracias también por mostrarme que soy igual de pecador
a todos en este mundo y que por tu infinita misericordia viniste a rescatarme.
Amén.
Un abrazo y bendiciones.
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