viernes, 30 de agosto de 2019

Recordando: 'Asumiendo en algo su dolor'


Agosto no ha sido un mes fácil en mi vida. O mejor; ha sido de tristeza y alegría porque además de habérseme diagnosticado en agosto 13 de 2008 cáncer de mama, y el 14 de agosto de 2012 de pancreatitis aguda (duré doce días en cuidados intensivos desencadenando al final en cirugía de vesícula como lo escribí en el devocional de ese día), en ambas situaciones pude ver la mano de mi Señor sacándome adelante. Hoy 30 de agosto de 2019 en medio de la incertidumbre puesto que se avecina el huracán Dorian y porque igual en este mes me ordenaron una nueva biopsia, quiero dejar nuevamente en manos de Jesús mi vida. Diré tal como dice la canción: “Sé que lo harás otra vez”. Así es. “Yo sé que Tú mueves montañas; yo creo en Ti. Abriste el mar en el desierto…”. Por más que éste rodeada de muros que me asedian, estos caerán.
Hoy después de siete años, les comparto en especial para los que hasta ahora me conocen, mi devocional de ese día que lo titulé: ‘Asumiendo en algo su dolor’:

Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud.
 1 Pedro 4:1a.

Lectura diaria: 1 Pedro 4:1-13. Versículo principal: 1 Pedro 4:1a.

REFLEXIÓN

Trataré de escribir un devocional, con base en lo sucedido con mi vida en estos últimos quince días.
Estando nuevamente en casita y analizando todo lo que me sucedió, considero que todavía no sé exactamente el propósito del Señor conmigo.  De lo que estoy bien segura es de algo que siempre he dicho: Dios no deja que me falten los problemas por el infinito amor que me tiene.  Creo que si no es de esta manera no podría estar continuamente pegada a mi Señor (bueno, por lo menos tengo bastante material para escribir un libro que Dios mediante haré).
Cuando cantando u orando le decimos al Señor: “Toma mi vida, glorifícate en ella”, no sabemos exactamente lo que Él puede hacer; lo cierto es que, en mi caso, pasé un trago bien amargo.  De antemano, gracias a todos ustedes por sus oraciones; las sentí porque me fortalecieron en momentos de angustia y soledad. 
Si Cristo sufrió en su cuerpo por mí, ¿qué me puede hacer pensar que yo no pueda en algo asumir también algún dolor?  Y ni siquiera como los de su tamaño, pero en nuestra ansiedad y debilidad, resultamos clamando igual: “Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22:42).  Lo cierto es que a pesar de la agonía, siempre supe que su nube protectora estuvo conmigo durante el día y su columna de fuego en la noche me resguardaba. 
Cuando el médico cirujano habló con mi hijo, le contaba que ya iba a proceder a abrirme completamente cuando no se había podido extraer la vesícula por medio de la laparoscopia y mi vesícula salió sola como si la hubiesen empujado desde adentro. Sus palabras textuales fueron: “Las manos de Dios estaban ahí”.  Esto me llenó de un gozo tremendo: no lo decía yo, ni mi hijo, ni ninguno de mis familiares, lo reconocía exactamente mi médico.  ¡Dios lo bendiga doctor Villamizar!  

Señor: gracias porque por fe confieso, proclamo y declaro que vendrán sobre mi vida tiempos de sosiego, reposando en verdes prados, junto a aguas claras, limpias y mansas.  Gracias porque tu amor me seguirá sosteniendo por donde quiera que pase y tu pondrás mis lágrimas en tu redoma de manera que entienda una vez más, que me has librado nuevamente de la muerte.

Un abrazo y bendiciones.

No hay comentarios: