sábado, 25 de mayo de 2019

¡Hasta dónde llega su amor inagotable!


Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. 
Romanos 8:26. NVI.

Lectura: Romanos 8:18-27.  Versículo del día: Romanos 8:26.

MEDITACIÓN DIARIA

Bien nos dice la porción de la lectura que lo que ahora sufrimos no tiene comparación con la gloriosa vida que Dios nos dará junto a Él (v. 18). No solo la creación gime como con dolores de parto; nosotros también gemimos interiormente mientras esperamos la redención de nuestro cuerpo. En esa espera mostramos nuestra constancia (vv. 22-25). Nos anima saber que el Señor dijo que aquí tendríamos aflicciones pero que confiáramos porque Él venció al mundo.  
Sí; ¡son tantas cosas por las que pasamos mientras estamos en este peregrinaje! Toda nuestra naturaleza humana se ve afectada en las diferentes áreas y con frecuencia nos sentimos desfallecer al punto que ya ni siquiera sabemos qué queremos o en dónde nos encontramos. Pero cuando estamos más débiles, más caídos, viene el Espíritu Santo a tendernos su mano e interceder por nosotros de un modo tan especial, que no hay palabras para expresarlo. ¡Hasta dónde llega la belleza de su amor! Se me asemeja todo esto al cuadro que tiene mi hijo: el Señor sosteniendo al que no puede más y que tiene en la mano el martillo y el clavo; se ven los huecos de los clavos en las manos y pies del Señor. O sea, el mismo Señor sosteniendo al que no puede más y al que lo ha crucificado. De la sangre de Cristo que brota nacen lirios a los lados. Bien dice Thomas Blackshear: “Ese hombre, yo mismo, todos, somos sostenidos por Cristo, especialmente cuando vamos a caer y le pedimos que no nos deje”. Así es: tú, él, yo. Todos redimidos por su sangre, pero todos contribuimos con el pecado a clavarle clavos en sus manos y sus pies. Gloriosa redención que nos permite con su sangre ir por el camino en medio de lirios blancos tal como nos ve ahora el Padre Amado.

Bendito Señor Jesús: Gracias por venir a morir en nuestro lugar. No alcanzamos a imaginar lo que hiciste por nosotros hasta que es tu Santo Espíritu quien nos lo revela. Gracias porque Él clama por nosotros sollozando incomparablemente. Gracias porque nuestros pecados que eran rojos como el carmesí han venido a quedar como blanca lana, igual que los lirios por el jardín en el que ahora Tú nos ves andar. ¡Eres Increíble bendito Dios! ¡Gracias Amado mío! ¡Gracias precioso Espíritu!

Un abrazo y bendiciones.  

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