Pero, en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el pasaje sobre la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob? Él no es Dios de muertos, sino de vivos. ¡Ustedes andan muy equivocados!
Marcos 12:26-27. NVI.
Lectura: Marcos 12:18-27. Versículos del día: Marcos 12:26-27.
MEDITACIÓN DIARIA
El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es un Dios de
vivos. Dios no está muerto. Jesucristo quien vino a la tierra con naturaleza
humana le dijo muy claro a Marta, la hermana de Lázaro: “Yo soy la resurrección
y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en
mí no morirá jamás” (Juan 11:25-26). Lo más hermoso es que Jesús vino a morir por
nuestros pecados y a vencer a las potestades y fuerzas espirituales: “Sin
embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los
pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley.
Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz. Desarmó a los
poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al
exhibirlos en su desfile triunfal” (Colosenses 2:13-15). Y resucitó para darnos
vida eterna juntamente con Él y para vencer la muerte: “Pues así como en Adán
todos mueren, también en Cristo todos volverán a vivir” (1 Corintios 15:22); “La
muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios 15: 54-55).
Nuestra fe en Cristo es la victoria que vence al mundo
(1Juan 5:4-5), y es la gloriosa esperanza que nos motiva a continuar así
tengamos una vida llena de aflicciones. No importa cuánto pasemos aquí en la
tierra, nos espera el abrazo de nuestro Amado Señor dándonos la bienvenida a
nuestro nuevo hogar, cuando nos toque partir. ¡Porque Tú Eres Dios de vivos
anhelamos estar Contigo!
Amado Señor: gracias por la gloriosa esperanza que
tenemos de saber que nuestra meta no está aquí en la tierra sino en la patria
celestial. Enséñanos a ir corriendo hacia allá con la mirada puesta en Ti y el
gozo de tu Santo Espíritu vivificándonos cada día más y más. Anhelamos con
vehemencia la llegada a esa segura tierra de leche y miel que es la verdadera
que nos espera. Gracias, muchas gracias buen Señor por tanta gracia derramada
en nosotros. ¡Bendito eres por siempre!
Un abrazo y bendiciones.
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