A pesar de sus riquezas, no perduran los mortales; al igual que las bestias, perecen.
Salmo 49:20. NVI.
Lectura:
Salmo 49:1-20. Versículo del día: Salmo
49:20.
MEDITACIÓN
DIARIA
El Señor
nos sigue hablando sobre las riquezas. Este Salmo tiene apartes muy importantes
de conocer para nuestra vida. “¿Por qué he de temer en tiempos de desgracia, cuando
me rodeen inicuos detractores? ¿Temeré a
los que confían en sus riquezas y se jactan de sus muchas posesiones?” (vv.
5-6). “Nadie puede negar que todos mueren, que sabios e insensatos perecen por
igual, y que sus riquezas se quedan para otros. Aunque tuvieron tierras a su
nombre, sus tumbas serán su hogar eterno, su morada por todas las generaciones”
(vv. 10-11). Bien claro nos habla el Salmista que por más dinero que tenga una
persona no es más que nosotros. Así sea cuando nos veamos en problemas por
escasez de dinero, hay que pensar que eso no lo es todo. Tenemos la mejor
riqueza: Cristo Jesús en nuestras vidas y cuando nos toque partir, nada de aquí
nos llevaremos, pero eso sí: ya tenemos asegurada la entrada a la patria
celestial (v. 14c). Entonces no nos
afanemos acumulando lo que posiblemente tendremos que dejar para otros: “Somos
tan solo sombras que se mueven y todo nuestro ajetreo diario termina en la
nada. Amontonamos riquezas sin saber quién las gastará” (Salmo 39:6 NTV). Dice
también este Salmo, algo que sucede usualmente: “No te asombre ver que alguien
se enriquezca y aumente el esplendor de su casa, porque al morir no se llevará
nada, ni con él descenderá su esplendor. Aunque en vida se considere dichoso, y
la gente lo elogie por sus logros, irá a reunirse con sus ancestros, sin que
vuelva jamás a ver la luz” (vv. 16-19). Somos muy dados a calificar a las
personas por los cargos que ocupan y por sus posesiones, sin tener en cuenta
que al morir todos vamos a parar a la misma fosa. Más bien, démosle gracias a
Dios por habernos permitido conocerle a través de Jesucristo y entender que
somos privilegiados porque fuimos comprados con la sangre preciosa del Mesías.
¡Ese es el amor que vale! La riqueza que no perecerá jamás. Esa es la riqueza para
buscar.
Amado
Señor: nosotros somos los más ricos y pudientes, porque somos hijos del Rey de reyes
y del Señor de señores. Nos corresponde la herencia eterna de la Jerusalén
celestial con calles de oro y mares de cristal; el mejor impero que jamás se
haya visto. ¡Gracias bendito Dios! ¡No somos dignos de tanta riqueza y tanto
amor! Enséñanos a compartir con otros lo entregado y a no tener como un dios
los bienes materiales sabiendo que todos vamos a parar con la muerte a un
sepulcro nada más. ¡Bendito eres buen Señor!
Un abrazo y
bendiciones.
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