Así que guardé silencio, me mantuve callado. ¡Ni aun lo bueno salía de mi boca! Pero mi angustia iba en aumento; el corazón me ardía en el pecho!
Salmo 39:2-3.
Lectura: Salmo 39: 1-40:5. Versículos del día: Salmo
39:2-3.
MEDITACIÓN DIARIA
¿Cuántas veces
hemos estado igual que David? Yo diría que no han sido pocas. En ocasiones le
clamamos al Señor por algo específico teniendo la seguridad de que Él sabe por
lo que estamos viviendo y la necesidad que tenemos de lo pedido y tal pareciera
que le somos indiferentes. Resolvemos entonces, callar. Sin embargo, la
angustia y agonía siguen creciendo y resultamos gimiendo fuertemente para
preguntarle entonces: ¿qué quieres de mí? ¡Mi vida está en tus manos! “ante ti,
mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal!” (39:5). Lo hermoso de
esta sinceridad, lo inexplicable por así decirlo; o mejor, lo sobrenatural, es
que nuestro buen Dios después de llorarle y clamarle como lo hizo David en el
Salmo 39, nos responde con amor. “Puse en el Señor toda mi esperanza; él se
inclinó hacia mí y escuchó mi clamor… Puso en mis labios un cántico nuevo, un
himno de alabanza a nuestro Dios (40:1 y 3). No importa cuánto se tenga que
llorar. El Señor dijo: “Dichosos los que lloran, porque serán consolados”
(Mateo 5:4).
Jesús conoce tu corazón; también llora ante tu dolor.
Él sabe lo que significa tu llanto. ¡Échate en sus brazos y recibe su consuelo!
Jesús amado: gracias por estar ahí siempre presente a
nuestro lado. Gracias por abrir tus brazos para consolarnos, consentirnos y
levantarnos. Llévate la angustia y el dolor cargados en tu yugo que es ligero.
Gracias Señor, porque no desprecias al corazón quebrantado y humillado. Gracias
porque Tú restauras a los abatidos y cubres con vendas sus heridas. ¡En Ti está
nuestra esperanza!
Un abrazo y bendiciones.
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