martes, 29 de noviembre de 2016

Justificados con la sangre de Jesucristo

Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’. Están corrompidos, sus obras son detestables;     ¡no hay uno solo que haga lo bueno! 
Salmo 52:1.

Lectura: Salmo 52:1-6.  Versículo del día: Salmo 52:1.

MEDITACIÓN DIARIA

Bien dice la Palabra: “’no hay uno solo que haga lo bueno”. Es que por más que el hombre se esfuerce en ser bueno, piadoso, hacer buenas obras, no hacerle mal a nadie e incluso siguiendo una religión o filosofía, nada de esto le servirá.  “Desde el cielo Dios contempla a los mortales, para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios. Pero todos se han descarriado, a una se han corrompido” (vv. 2-3a). Y el Nuevo Testamento nos lo confirma: “pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23); “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23). Pero ¡gloria a Dios! Que a pesar de ser tan pecadores, el Señor Jesucristo vino a morir por nosotros y ahora somos justificados por su sangre: la expresión máxima del amor de Dios: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Entonces nos preguntaremos: ¿Cuál es la solución? La solución es Jesucristo del Hijo de Dios. Tenemos que reconocer que somos pecadores y aceptar la obra de Jesús aquí en la tierra. Debemos recibirlo personalmente en cada corazón (Juan 1:12), para así ser justificados y tener el derecho a la vida eterna. 
Si no lo has hecho, es el momento preciso para orar. Podemos orar así:                                                                                                                                                                                                                      Señor Jesucristo: Yo te necesito. Te abro la puerta de mi vida para que seas mi Señor y Salvador. Reconozco que viniste a pagar por mis pecados y te agradezco por ello; también reconozco que te humillaste por mí, moriste en una cruz y resucitaste para darme testimonio de vida. Gracias Señor por perdonar mis pecados y darme una nueva vida contigo. Amén.

Un abrazo y bendiciones.

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