viernes, 2 de septiembre de 2016

Somos hijos de la luz y del día

Ustedes, en cambio, hermanos, no están en la oscuridad para que ese día los sorprenda como un ladrón. Todos ustedes son hijos de la luz y del día. No somos de la noche ni de la oscuridad. 
1 Tesalonicenses 5:4-5.

Lectura: 1 Tesalonicenses 5:1-11.  Versículos del día: 1 Tesalonicenses 5:4-5.

MEDITACIÓN DIARIA

 El Señor Jesús vino al mundo para cumplir la promesa de la redención del hombre pecador. “Para dar luz a los que viven en tinieblas, en la más terrible oscuridad, para guiar nuestros pasos por la senda de la paz” (Lucas 1:79). El mismo Señor aclaró: “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Y el apóstol Pablo nos confirma que somos hijos de la luz y del día. Me alienta saber que soy hija de la luz. Aquí nos habla de la segunda venida  del Señor Jesucristo y miremos bien lo que nos dice con anterioridad a los versículos del día: “Ahora bien, hermanos, ustedes no necesitan que se les escriba acerca de tiempos y fechas, porque ya saben que el día del Señor llegará como ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», vendrá de improviso sobre ellos la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores de parto. De ninguna manera podrán escapar” (vv. 1-3). Así es; el que esté en oscuridad, no podrá percibirlo y no escapará.
Pero nosotros, continúa Pablo, no somos de la oscuridad sino de la luz y del día. Esto es bien importante saberlo y tenerlo presente porque nos da seguridad de salvación: “somos hijos de la luz y del día”; por lo tanto: “No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro sano juicio. Los que duermen, de noche duermen, y los que se emborrachan, de noche se emborrachan. Nosotros que somos del día, por el contrario, estemos siempre en nuestro sano juicio, protegidos por la coraza de la fe y del amor, y por el casco de la esperanza de salvación; pues Dios no nos destinó a sufrir el castigo sino a recibir la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vv. 6-9). Fijémonos bien: debemos vivir cimentados en la fe y el amor, cubiertos con el casco de la salvación. ¡Gloria a Dios!

Amado Señor: Espero con ansiedad el día de tu regreso. No sé si primero me lleves Contigo, pero sí estoy segura que en donde quiera que esté, ahí estarás conmigo porque soy hija de la luz y del día. Gracias Señor por mostrarnos esta verdad y por entender que debemos continuar con la coraza de la fe y del amor, y la esperanza de la gloria eterna. ¡Te amamos Señor! ¡Toda la gloria y honra son para Ti! ¡Aleluya, gloria a Dios!

Un abrazo y bendiciones.

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